Alejandra Sánchez, creadora de danzas afro contemporáneas. (FOTO: ANDRÉS ESPÍNDOLA)
Alejandra Sánchez, creadora de danzas afro contemporáneas. (FOTO: ANDRÉS ESPÍNDOLA)

Su casa era como una isla. Vivía en el jirón García Naranjo, en el corazón del distrito de La Victoria. Pero en su hogar no se escuchaba salsa ni había jaranas criollas. Ella no era hincha de Alianza Lima, no sabía cocinar ni jugaba vóley. Todos estereotipos asociados, de alguna forma, a la cultura afroperuana. Estudió ballet desde niña y se graduó de la Escuela Nacional Superior de a los 15 años. En su casa, casi vecina de El Callejón del Buque, se escuchaba jazz y música clásica. Ella no salía, no tenía vida de barrio. Vivía casi confinada en una burbuja que trataba de protegerla de la discriminación.

El anuncio del cambio de nombre de la marca Negrita, días atrás, otra vez ha puesto en debate la identidad y el racismo que hasta ahora sufre. “Cada palabra que me han dicho no la he olvidado”, me dice. Terminó su carrera de ballet y tras acabar el colegio, empezó la búsqueda del estilo propio. Hoy es bailarina profesional, coreógrafa y profesora de danza. “Soy la única mujer que crea danzas afro contemporáneas”, subraya la artista formada en Cuba y Brasil y que ha sido parte de espectáculos como Kimba Fá y El Gran Show.

“Trucutún, tata, trucutún”. Era el sonido de percusión que escuchó mientras estaba en una clase de la escuela de ballet. Tenía 11 años. Pidió permiso para ir al baño, pero era mentira. Quería ir detrás de ese sonido. “A mi corazón le pasaba algo”, recuerda. Encontró el salón de donde provenía la percusión. Abrió la puerta y era el ensayo de un grupo de niños de . “Llegué a mi casa y le dije a mi mamá llorando: ‘No entiendo, por qué hago esto (ballet), si eso es lo mío. Entré en trompo: ¿dónde estoy?, ¿quién soy?”, dice. Esa fue la senda de Alejandra Sánchez para construir su identidad. Y ahora vamos tras sus pasos.

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-Dices que no te has “sentido negra” hasta los 18 años de edad. ¿Por qué?

No quería ser consciente de esa realidad, la he sufrido mucho. No me aceptaba como una mujer afro, crecí como bailarina clásica.

-¿Cuál era tu identidad hasta los 18 años?

Si me incluías dentro de un grupo de gente afro, no me sentía cómoda. Lo que pasa es que hay estereotipos de gente afro. Se cree que son muy escandalosas, jaraneras, que les gusta la fiesta, que son muy alegres. Y yo no soy así. He crecido en una casa donde no se escuchaba música afro. Yo creo que en mi familia no se profundizó por lo afroperuano por miedo, porque todos han sido absolutamente discriminados, la han pasado súper mal. Mi abuela me dijo una vez: “tú eres negra y no vas a poder usar ese color de ropa, nunca vas a poder hablar malas palabras, nunca vas a poder andar sucia ni despeinada. Por ser negra, tenía que ser perfecta. Si no teníamos un respaldo económico, de alguna manera teníamos que darle la vuelta. Ser pulcro y culto contrarrestaban cualquier otra cosa.

-¿Y fuera de casa cómo era?

El colegio también ha sido muy cruel conmigo. He sentido discriminación cada año. En el nido los niños no me querían dar la mano porque decían que se iban a ensuciar conmigo. Tampoco he tenido Barbie negra. Entonces, ¿sobre qué te identificas? Yo peinaba lacias de niña y cuando fui grande, lo que quería era alisarme el pelo porque mi estereotipo de belleza era así.

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-Ahora se abrió el debate por el anuncio del cambio de nombre de la mazamorra Negrita. ¿Qué opinas?

Muchas de las comidas que tiene el país provienen de negros. No me parece mal que la mazamorra tenga una connotación afro, es parte de nuestra identidad.

-En el caso de Negrita, entiendo que el cambio se orienta a no reforzar un estereotipo.

Pero no solo vamos a cambiarle el nombre a la mazamorra. Para cambiar la mentalidad al Perú, hay que cambiar incluso lo que decimos: ¿tú crees que hasta las 12 nada más pienso? Se debe cambiar cómo vemos al afro en esta sociedad. Cambiar cómo lo plantea la televisión: si tenemos a ‘El Negro Mama’ todo el tiempo hablando como si fuera un imbécil, obviamente eso mella nuestra trascendencia no solo como seres humanos, sino como historia en este país. Somos gente que hemos trascendido y que hemos hecho más de lo que mucha gente cree. Si vas a publicitar leche y su relación con la calidad de vida y quieres poner una casa súper pituca, que salga un negro también, porque también tenemos posibilidades de trabajar un montón y adquirir un espacio de calidad, porque, de lo contrario, le vendes a la gente que solo los blancos pueden tener una mejor calidad de vida. ¿Cómo es la familia ideal de este país?: blanca en las calles de Miraflores. Entonces, también pongan un negro, un andino, a toda la gente que se supera. Eso tenemos que cambiar, no solo la marca de la mazamorra.

-¿Tú elegiste el ballet?

No lo elegí, la danza me eligió a mí. Yo nací con ese don. Es lo que mi corazón hablaba. Mi corazón de repente no latía: trucutún, tata, trucutún. El mío latía en violines. Me movía de manera clásica. Mis caderas no se movían de lado al lado, no sabía qué era eso.

-También quisiste ser modelo. Pero la respuesta fue que “no era temporada para negras”. ¿Qué más no puede ser una mujer afro en el Perú?

Tenía 16 años y debía trabajar. Fui a un casting con lo que tenía. Me vieron y me dijeron que no era temporada para negras. Ser mujer y afro en el Perú es bien difícil, déjame decirte. Hay que tener cuatro huevos.

-Pese a todo, te ha ido súper bien. Tuviste esos cuatro huevos, entonces.

¡He tenido seis! (risas). Se los agradezco al mundo y a las malas experiencias. A veces la gente te juzga sin saber tu pellejo.

-Y hay que tener el pellejo bien duro.

Más allá de ser negra, soy bailarina; entonces, el pesar no es solo por la indiferencia al afro, sino también por la indiferencia al artista. Cansa luchar tantos años por lo mismo y que no te brinden, a veces, la mano o no encontrar una oportunidad. O que te cueste tantos años conseguir algo que para otros les demora un año. Duele.

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-Formarte en el extranjero también forjó una piel dura frente a la adversidad.

Me fui al extranjero porque no soportaba el Perú. Estaba muy resentida. Tomando clases de ballet no hallaba mi cuerpo dentro de las barras peruanas. “Tiene mucho poto, no puede ser bailarina de ballet”, eso se pensaba. Una maestra de ballet me dijo: “un negro en el Perú solo podría hacer Sheherezade”, que es un ballet de esclavos. Entonces, me fui a Brasil, Cuba, Alemania, China, Chile, México.

-Si hasta los 18 años no te sentías afro, ¿hoy, finalmente, qué eres, qué te sientes?

(Se queda en silencio, ensaya la respuesta). Hoy soy una mujer afro empresaria y me siento bien siéndolo, porque conozco de dónde vengo y sé adónde voy. Actualmente, mi búsqueda es el entendimiento de la energía, la espiritualidad, la danza como medio sanador, transformador, la reivindicación afro a través del movimiento, de la historia. El empoderamiento de la mujer, de su sensualidad, de su erotismo. Y soy una pasajera del tiempo.

AUTOFICHA:

-”Soy Alejandra Sánchez Aguilar, tengo 35 años. Nací en Lima, en Jesús María. Egresé de la Escuela Nacional Superior de Ballet a los 15 años y a los 16 acabé el colegio. He llevado clases de pedagogía y de danzas. También he hecho televisión, teatro, cine: dos películas”.

-”He sido profesora durante 9 años en D1 (de Vania Masías). Estuve en El Gran Show, donde he sido bailarina, coreógrafa y jurado. Actualmente, soy coach de danza, dirijo terapias –espiritual y física– personalizadas. Y se vienen grandes viajes de estudio y obras de teatro. A raíz de la pandemia, tuve que cerrar mi escuela, que me costó cinco años crearla. Para este año, tenía planeado ir a África a estudiar la simbología y la raíz afro, y con esa experiencia escribir un libro. Pero mientras haya vida, habrá tiempo para seguir creando”.

-”Dicto clases de empoderamiento femenino con la danza. Muchas clases son para gente que nunca ha bailado. Todas llegan con la misma pregunta: “¿soy gordita, puedo bailar?”. Llegan con las etiquetas de la vida, como tenerme a mí misma en mis inicios. Pueden escribir a .

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