Vuelvo al álbum de más de cuatrocientas fotos de Cuba que dejó Nick. Todas fueron tomadas por él entre setiembre y diciembre de 2012. Me sorprenden los colores de las fotografías. Por lo general, tenues. No las veía desde hacía un año, cuando temprano una mañana me llegó la noticia de que Nick había muerto en un incendio en la ciudad de Oakland, California. Ante semejante noticia, esa mañana me la pasé viendo estas fotos a las que vuelvo ahora, buscando encontrar en ellas alguna explicación a la razón por la que alguien tan joven y luminoso muriese así de pronto.

Nick fue uno de mis estudiantes en La Habana. Recuerdo cuando en el curso leímos secciones de El pintor de la vida moderna, de Charles Baudelaire. Pocas veces antes lo había visto tan entusiasmado con una idea discutida en clase. En este caso, tenía que ver con la posibilidad de extraer belleza de la vulgaridad, trascendencia de la fugacidad, inmortalidad de la mortalidad. Para ello, proponía Baudelaire, era fundamental contar con la actitud correcta, la de convalecencia, que no es otra cosa que regresar a la infancia para poder disfrutar en el grado más alto de la facultad de interesarse por las cosas, incluso las más triviales en apariencia.

De entre la gran variedad de espacios y temas de las fotos de Nick, sus series sobre Centro Habana y sobre el Malecón son mis favoritas. Ambas tienen en común que logran captar la esencia de la socialización habanera. En la primera están las colleras de amigos en las esquinas participando de conversaciones hiperbólicas. Son calles llenas de transeúntes, muchos de los cuales no se dirigen a ningún lado. Se han apropiado del espacio público. La mesa de dominó puesta en la pista, los cuatro hombres enfocados en el juego, alrededor de la mesa más de una decena de curiosos permanece atenta a los movimientos de las fichas. En esta serie también se evidencia la fragilidad de casas y edificios. Siendo construcciones que prácticamente no han recibido mantenimiento alguno en décadas, nadie entiende bien cómo es posible que se mantengan en pie. Algunas superan ampliamente el número de residentes que se tuvo previsto a la hora de construirlas. De casas de dos plantas han sacado cuatro. Su capacidad ha crecido gracias a entrepisos, especies de altillos, llamados barbacoas.

Ezio Neyra publicó recientemente 'Pasajero en La Habana'.
Ezio Neyra publicó recientemente 'Pasajero en La Habana'.

De su serie sobre el malecón, además de la impresionante variedad de colores del cielo, “paleta formidable” decía Alejo Carpentier, me quedo con la manera en que las fotos evocan la fatalidad de la geografía cubana. “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, el verso más citado de Virgilio Piñera nos sitúa ante ella. El malecón se convierte en el límite entre los que están acá y los que están allá, el último tramo de tierra firme, donde comienza la desconexión con el mundo. El agua por todas partes señala los límites de la geografía, pero también los del cubano. El mar no es infinitud, sino algo distinto: es un final, que también es espacio de socialización y de desahogo. Grandes grupos de amigos, tomando ron, haciendo música y conversando sobre planes y proyectos. Estar sentados en los muros del malecón propiciaba el escenario para escribir el futuro.

Veo los centenares de fotografías y noto que no solo tienen gran calidad técnica, sino que también contienen una manera distinta de mirar, y de mirar Cuba en particular, que fue posible gracias a que Nick desarrolló pronto la capacidad de interesarse realmente por las cosas a su alrededor, y lo hacía con la simpleza y el asombro de un niño que descubre por primera vez el mar o el fuego. Pienso también que este es uno de los grandes varios legados que dejó Nick en el mundo (otros fueron su música, sus poemas, su amistad). Sus fotografías de Cuba son las que ahora me transportan de nuevo a La Habana y en las que mis recuerdos encuentran un reflejo.