Cuando se sentaba en la última carpeta, escondía un detrás de otro. Así pasó gran parte de los dos últimos años de colegio: leyendo otro texto detrás del libro de clase. Tenía ataques de risa; cuando ocurría, pasaba a la primera carpeta, como un castigo. Pero la lectura lo calmaba. Y en aquel tránsito escolar, leyó por primera vez a Julio Ramón Ribeyro.

Quería ser escritor, como Cortázar o García Márquez. Luego se imaginó siendo director de cine, como Federico Fellini. La primera vez que vio un ensayo de teatro, encontró el camino que hasta hoy recorre. Era como escribir en el espacio, en el tiempo y con otras personas. Aunque su padre le dijo: “De ninguna manera, haz dos años de Letras, a ver si se te pasa”. Le hizo caso. “Lo que agradeceré siempre”, dice. Volvió donde su padre y le dijo: quiero ser director de teatro.

2 de Ribeyro: El último cliente y Confusión en la prefectura es su puesta en escena número 141. Dos textos que datan de la década del 60 y siguen vigentes. Bajo la dirección de Alberto Isola y con las actuaciones de Sandra Bernasconi, Javier Valdés y Roberto Ruiz, va hasta el 5 de diciembre, viernes y sábado 8 p.m. y domingo 7 p.m., en el Teatro de Lucía, en la calle Bellavista 512, Miraflores. Entradas en Joinnus. 

Está frente a la cámara del celular, apoyado en la mesa de su abuelo José Antonio, el mismo del vals de Chabuca Granda. Antes de la pandemia salía a las 7 de la mañana y volvía a las 11 de la noche. Este tiempo le ha enseñado a estar en casa y a convivir con Harpo y Groucho, dos gatos que también trajo la pandemia. Nombres en honor a dos de los hermanos Marx, los comediantes estadounidenses. Nunca había tenido animales. Por la ventana entra la luz de las 4 de la tarde, que ilumina a contraluz como si fuera un reflector. En medio de esa bruma, la sonrisa constante de Alberto Isola.

Hace tres años lo entrevisté y me dijo lo siguiente: “Frente a la duda, el temor y la comodidad, hazlo”. En el último año y medio sobre todo ha habido duda y temor. ¿Cómo le ha tocado afrontarlo?

He pasado por todos los estados de ánimo posibles. Empecé con un proceso de negación: esto no durará mucho; luego pasé por el principalismo absoluto: el único teatro es el teatro presencial, el otro teatro no existe; y luego una serie de experiencias muy buenas, pues pasé a hacer teatro de otra manera, se volvió un proceso de aprendizaje y creo que de crecimiento.

¿Se ubica en la vereda de los escépticos que creen que luego de la pandemia seguiremos siendo los mismos o está en la orilla de los optimistas que consideran que seremos mejores?

Rosa María Sardà es una importante actriz catalana. Siempre la he admirado profundamente y le hicieron una entrevista al principio de la pandemia preguntándole si, después de todo esto, pensaba que íbamos a cambiar; ella decía que no, que los hijos de puta iban a seguir siendo hijos de puta; que los vendedores de armas seguirán vendiendo armas. Volver va a significar seguir peleando contra lo peor también. Estoy feliz de regresar, pienso que no soy la misma persona, felizmente; hay un cuento maravilloso de Brecht en que creó un personaje que se llamó Señor K y en una de las historias una persona se encuentra con el Señor K y le dice: “Uy, no has cambiado en lo absoluto”, y el Señor K palideció (ríe). No estamos regresando a un mundo mejor, sino al mismo mundo, quizás hasta peor, pero tengo la esperanza de que eso no signifique dejar de pelear; el mundo sigue siendo tan maravilloso e inhóspito a la vez, como lo pinta Rosa María Sardà.

“Volver (al teatro) va a significar seguir peleando contra lo peor también. Estoy feliz de regresar; pienso que no soy la misma persona, felizmente”.

¿El teatro se enfrenta a lo peor?

A lo peor y a lo mejor. El teatro es el espejo de la naturaleza dice Shakespeare. La gente quiere regresar al teatro y quiere ver teatro, es algo que tenemos que valorar. La conciencia que tengo ahora de lo que es el teatro es mucho mayor y creo que también me plantea mayores responsabilidades.

¿Por qué elige estas obras de Ribeyro?

Tengo una deuda con el teatro de Ribeyro. Son obras aparentemente sencillas pero de una densidad... Una de las cosas que fascinan de las obras cortas de Ribeyro es su visión del lenguaje: cómo usamos la palabra para engañar. El hombre que estafa a esta mujer que vende o alquila ropa de novias utiliza un lenguaje florido, pero usa el lenguaje para engañar (en El último cliente); y este político, este prefecto tan terriblemente coyuntural, tendría que decir coyuntural de siempre, es la imagen de un político que usa la retórica para hacerse un lugar. Creo que Ribeyro es un muy buen dramaturgo. Y el hecho de que esté yendo tan bien, cosa que agradezco, me hace pensar en la importancia de mirarnos. La gente quiere regresar al teatro, pero también quiere regresar al teatro a verse.

¿Cuánta distancia hay entre la comedia de Ribeyro y la comedia de hoy?

La raíz es la misma. La primera literatura de todas las repúblicas latinoamericanas después de la independencia es el costumbrismo, que utiliza siempre el humor. Como peruanos nos hemos acostumbrado a vernos más fácilmente a través de la comedia que a través del drama, y eso creo que tiene que ver con el costumbrismo. Siempre he dicho que del costumbrismo pasamos al radioteatro y luego a la televisión. Claro, el humor puede servir para revelar, criticar, pero también para prolongar nuestros peores prejuicios. 

¿Hoy es urgente reír?

Si el reír te hace entender y reaccionar, sí. Si el reír te hace ratificarte en tus peores prejuicios, no.

¿Cuándo ríe?

Me gusta mucho el humor negro, pero Chaplin me hace reír muchísimo; y Cantinflas. Con este sketch que hacían Jorge Benavides y Carlos Álvarez de estas señoras del muro de separación (en La Molina) he llorado de risa, lo veía siempre, tocaba realmente un nervio.

¿Cuándo llora?

Como buen descendiente de italianos, la ópera me hace llorar siempre. Me conmueve ver personas que descubren cosas. Normalmente, no lloro de pena, sino de celebración.

Alberto Isola
Alberto Isola

¿Y qué se hace con la pena?

La nostalgia es una trampa. Simone Signoret, esta gran actriz francesa, escribió su autobiografía y la llamó La nostalgia ya no es lo que era, que me parece una frase muy feliz. Si me quedo en la nostalgia, no avanzo, y es muy tentador quedarse en la nostalgia.

¿La furia es combustible?

Para mí, sí. Me sigue enfureciendo la impunidad, me enfurece el aprovechamiento de las esperanzas de los demás. 

¿Hoy qué lo domina: la furia, la risa, la nostalgia?

Desde que empezó la pandemia y el momento político que estamos viviendo, tengo una sensación de que me he tirado de un avión en paracaídas y estoy a punto de bajar, y no sé si el paracaídas se va a abrir o no.

Alguna vez quiso ser Cortázar y Fellini. ¿Hoy cómo quién quisiera ser?

(Ríe). Élide Brero fue como mi tercera madre. Falleció este año, a los 90 y pico. Y no solo tenía lucidez, sino también este espíritu de aventura, de correr riesgos, de no detenerse, de no sumergirse en la nostalgia. Cuando sea mayor, me gustaría ser como Élide Brero.

AUTOFICHA

“Soy Alberto Juan Bautista Isola de Lavalle. Mi tío abuelo se llamó Juan Bautista de Lavalle, el hermano de mi abuelo José Antonio de Lavalle, el José Antonio del vals de Chabuca Granda. Tengo 68 años, nací en Lima”.

“Empecé a leer desde muy chico, la literatura ha sido una fascinación siempre. Terminé el colegio sabiendo lo que quería ser: director de teatro. El otro día, cuando hacía Días felices, hice una suma y tenía 140 obras en las que he participado. 2 de Ribeyro es la obra 141″.

“Se vienen varios pendientes: Jugadores, una obra que haremos en el teatro Ricardo Blume, es una obra sobre cuatro viejos de mierda (risas); El cuidador, de Harold Pinter; Tristeza y alegría en la vida de las jirafas, del autor portugués Tiago Rodrigues; y finalmente, Conferencia sobre la lluvia. Ha quedado mucho por hacer”.

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