Fue asistente en cirugía. Tenía que limpiar, ayudar a los cirujanos. Si algo se caía, él asistía. Si había que salir a buscar algo, él iba. No llegó a ser enfermero. Trabajó durante tres años en aquel hospital. Pero ya asomaba en sus pensamientos la idea de ser escritor. No escribía, pero en los escasos momentos libres, leía. “Poco tiempo después, me convertí en escritor”, me dice Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948), el autor de origen tanzano que migró a Inglaterra hace más de medio siglo y que en 2021 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Visitó Arequipa para el Hay Festival. Rumbo a su hogar en Londres, aterrizó en Lima y nos dio esta entrevista.
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‘Paraíso’ cumple 30 años. ¿Cómo era el mundo cuando lo escribió?
Habría que ver a qué parte del mundo nos referimos. El libro se publicó en el año 94 y no teníamos estos grandes conflictos.
¿Era un mundo más optimista luego de la caída del Muro de Berlín?
Diría que sí en el caso de Europa. Pero no sé qué estaba pasando en esa época en Perú. ¿Ya habían derrotado a Sendero Luminoso?
Ya había caído el cabecilla Abimael Guzmán.
Es posible que también hayan visto un mundo más optimista.
¿Hoy estamos en un mundo peor que hace 30 años?
Depende de dónde esté uno. En todas las edades uno siempre piensa que está viviendo el peor de los momentos. Es difícil decir que ahora todo es pésimo o peor que antes. El 94 pudo haber sido un año bueno para Perú y Europa, no podemos decir lo mismo de Ruanda, cuando hubo el genocidio. Pero claro, en este momento se están viviendo momentos terribles en el mundo, como es el caso de Palestina, de Sudán, del Congo, donde hay conflictos y guerras que parece que no tendrán fin.
En ‘Paraíso’ hay una escena de los perros que asedian al pequeño Yusuf, y se lee esta frase: “Su mirada expresaba una sola clase de conocimiento”, como si eso representara el miedo. ¿Tener una sola clase de conocimiento es el peligro?
Los perros lo único que veían era que querían destruirlo, como en una persona que solo ve odio.
Una suerte de metáfora que me hace pensar en estos gestos unilaterales que vemos hoy incluso en ‘líderes’ mundiales, que se debaten en los extremos.
Sí, lo puedo aceptar así, como una metáfora.
Lo que es paradójico en un mundo donde, más bien, abunda el conocimiento.
Hay diferentes razones que puedan llevar a la gente a ser así. Puede ser el ego, el deseo por el poder, el egoísmo, el cinismo.
¿Trump representa el peligro?
(Sonríe). Efectivamente, eso pienso. Pero es Estados Unidos quien ha escogido a su líder. No soy yo la persona indicada para expandir mis ideas al respecto. Lo único que puedo decirte es que a mí me aterra y creo que a mucha gente también.
Pero usted aborda temas poscoloniales, racismo. Me parece que hay quienes sí esperan una opinión suya.
La gente puede esperar mi opinión, pero solamente la voy a dar cuando tenga una, no cuando la gente lo espere.
¿O es un tema más complejo de lo que pensamos?
(Abre un chocolate arequipeño de La Ibérica y con un gesto pide permiso para degustarlo antes de responder la pregunta). Me estás pidiendo que te diga si tengo cierta postura u opinión con respecto a este tema de Donald Trump; la tengo y tengo una voz, pero como persona, como ciudadano. No debemos confundir mi opinión como ciudadano con la opinión de un escritor, que son dos cosas diferentes.
¿Por qué recurre a la infancia en su obra?
Visité mi país muchísimos años después de que me fui. Y después de ese tiempo pude ver a mi papá nuevamente, él ya bastante mayor. Recuerdo haberlo visto caminando de la casa a la mezquita, y en ese recorrido me puse a pensar en cómo habría sido él en la época que se colonizó mi país, que fue en 1896, y me imaginé a mi papá cuando era niño. Eso me llevó a imaginar cómo debe haber sido para un niño de unos 10 años ver que, de pronto, su mundo se ve tomado por extraños. Es la primera razón por la que elijo a un niño para que sea testigo de ese momento. La otra idea es que el niño se convierte en una imagen de los problemas que hay en la sociedad, de las jerarquías, de cómo los niños se convierten en objeto de comercio. Y otra razón por la que escojo al niño como protagonista es porque es una figura que atrae ciertas cosas, muestra esta sensación de que no se puede defender, de que es inocente, de que no tiene un juicio. En todo juicio siempre hay un interés propio, siempre que uno critica está pensando en uno mismo.
Cuando usted llegó a Londres sufrió racismo. ¿Lo superó fácilmente, la literatura ayudó?
Los migrantes en general tenemos que aprender a lidiar con estas situaciones, en la mayoría de países existe una hostilidad hacia la persona que llega de afuera. Hay que aprender a comprender y a responder. Crear un nuevo tipo de confianza en uno mismo para aprender a defenderse.
A los 75 años de edad, ¿cómo maneja el tiempo desde su posición de escritor?
Mi vida está bien. Disfruto de buena salud, cocino, hago jardinería, estoy con mi esposa, veo deportes, estoy con mis hijos. En general, mi vida está bien.
¿Qué cocina?
Podría ser un estofado, un guiso, una carne al horno.
¿Ya cocina un nuevo libro?
Tengo un nuevo libro que saldrá en marzo.
Autoficha:
-“Nací en Zanzíbar, fui al colegio en Zanzíbar hasta terminar lo que llamarían ustedes secundaria. Luego enseñé en Zanzíbar, de ahí me fui a Inglaterra, muy joven. Fui un estudiante en Inglaterra, hice estudios preuniversitarios. Se me acabó la plata y tuve que trabajar”.
-“Estudié Literatura y me seguí educando en dicha disciplina. Hice mayores estudios en la misma disciplina y de ahí me convertí en profesor universitario. El trabajo del escritor es más de pensar, irse y regresar a la escritura. El escritor tiene tiempo para arreglar lo que no está bien”.
-Es miembro de la Royal Society of Literature desde 2006 y autor de numerosos cuentos, ensayos y una decena de novelas, entre las que destacan Paraíso, nominada para los premios Booker y Whitbread, A orillas del mar, La vida, después y El desertor. Todas publicadas por Salamandra (sello de Penguin Random House).
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