En los años 80, científicos paleontólogos liderados por Jack Sepkoski y David M. Raup iniciaron sus trabajos de investigación en la base Amundsen-Scott en el polo sur. Estudiaban el hielo de la Antártida y los fósiles que se encontraban en las capas más profundas y antiguas cuando notaron un perturbador patrón de perfecta periodicidad en las últimas extinciones en la Tierra: Todas estas habían sucedido cada 26 millones de años.
Hasta ese momento, lo que se sabía era que la Tierra había experimentado una sola extinción, la ocurrida hace 66 millones de años y que acabó con la vida de los dinosaurios. Sin embargo, el quipo de científicos detectaron hasta 12 extinciones, siendo cinco los eventos más masivos. Pero lo que llamó la atención es que el tiempo entre esos eventos siempre era el mismo.
¡Atención amantes de las estrellas! El cielo peruano llega con eventos astronómicos como la proximidad de la Luna con Júpiter y Saturno, la máxima elongación este de Venus o la Luna llena en todo su esplendor.
Las razones de estos eventos planetarios con una sorprendente precisión debían tener sus razones, pero por más estudios que se hacían, las razones de la muerte masiva de la vida con esta sorprendente periodicidad no parecían estar en la propia Tierra.
De todas las extinciones, los científicos tenían la certeza de que al menos dos fueron causadas por el impacto de un asteroide. Por lo que, tirando de ese hilo, decidieron volcar su mirada al espacio, específicamente a la Nube de Oort, la gigante esfera de materia que rodea nuestro sistema solar a una distancia de hasta un año luz. Miles de millones de cometas que permanecen anclados débilmente a la gravedad de nuestro Sol.
Fue el astrónomo Richard Muller quien, en 1984, propuso una hipótesis controversial. La existencia de una estrella gemela de nuestro Sol, un cuerpo increíblemente masivo escondido en la oscuridad del espacio y que ha conseguido pasar desapercibido de nuestra vista durante toda la historia humana, justamente porque orbita nuestro sistema solar con una periodicidad de 26 millones de años, perturbando la Nube de Oort y disparando cometas y asteroides en direcciones que afectan a los planetas del propio sistema solar, nuestro planeta incluido. Esta hermana gemela fue bautizada como la diosa griega de la venganza: Némesis.
Siempre se pensó que el asteroide que acabó con los dinosaurios fue un capricho del destino. Una roca que se cruzó con la Tierra por azar. Sin embargo, la hipótesis de Némesis nos daba una nueva perspectiva de todo y resolvía esa extraña periodicidad en las extinciones.
¿PERO POR QUÉ NO LA HEMOS VISTO?
En su hipótesis, Muller describió nuestro sistema solar como un sistema binario, es decir, que existen dos estrellas orbitándose entre sí, un fenómeno estelar bastante común en el espacio. Incluso, en algunos de estos sistemas la órbita de las hermanas puede estar tan lejos que les toma millones de años. En un sistema binario en el que una estrella es más grande que su hermana, la menor adopta una órbita elíptica que la acerca y aleja de su hermana mayor en periodos de millones de años.
Teniendo una órbita de 26 millones de años, esta estrella fantasma coincidiría con las extinciones en la Tierra cuando se encuentra en su perihelio respecto a nuestro Sol, perturbando la Nube de Oort y ocasionando un bombardeo espacial de magnitudes apocalípticas. Las matemáticas cuadraban.
En un inicio se pensó en una enana roja, una estrella pequeña y fría que quema su combustible muy despacio, por lo que no brilla como otras estrellas. Y si esta teoría es correcta, nuestra segunda madre se encontraría en su afelio (su punto más lejano al Sol), y como se mueve lentamente, para nuestra perspectiva desde que empezamos a observar los cielos, Némesis estaría en una posición fija. Por lo que resultaba posible no haberla visto.
NÉMESIS ¿DESCARTADA?
Esta teoría motivó una búsqueda del tesoro. Todos los observatorios empezaron a escudriñar el espacio con la intención de encontrar a Némesis. Pero esta nunca apareció, por lo que se llegó a la conclusión de que no existía allá afuera y se dejó de mencionar la hipótesis.
En 2003, los astrónomos del Observatorio del Monte Palomar en California, dieron con el objeto más frío y lejano del sistema solar, que fue bautizado como Sedna. Este cuerpo tenía el mayor periodo orbital, pues tardaba 11 mil 400 años en completar una vuelta alrededor del Sol. Pero su órbita era extremadamente excéntrica. Algo tuvo que perturbar a Sedna para tener esta órbita, y ahí fue cuando revivió la teoría que había dormido por dos décadas. ¿Némesis habría empujado a Sedna?
En la época en la que se planteó la hipótesis, se creyó que Némesis era una enana roja, y estas siguen siendo visibles pese a su tenue brillo, por eso no se encontró. Pero con los progresos en la astronomía y los nuevos descubrimientos, se pensó que Némesis no fue una enana roja, sino más bien una enana marrón. Esta es una estrella muerta, que no emite luz porque no pudo iniciar las reacciones nucleares necesarias, y por lo tanto son prácticamente imposibles de ver pero mantienen un inmenso poder gravitatorio. ¿Se trataría de Nemesis?
Pero en 2009, el Telescopio Espacial Wise, que operaba en la longitud de onda infrarroja y detecta cuerpos celestes no por la luz emitida sino por el calor, terminó de refutar la teoría de Némesis pues podía detectar enanas marrones y no la encontró. En 2011, tras publicarse los primeros datos después de dos años, Wise concluyó que no había ningún cuerpo del tamaño de Saturno o superior a una distancia de cientos de miles unidades astronómicas.
Al poco tiempo, la Nasa reveló que la periodicidad de las extinciones no era tan perfecta como se creyó en los años 80, terminando por enterrar la hipótesis de Némesis.
EL RENACER DE LA TEORÍA
Ahora, un nuevo modelo sobre cómo se forman las estrellas ha añadido peso a la hipótesis de que la mayoría de estas (si no todas) nacen en una camada con al menos un hermano y nuestra propia estrella en el centro del Sistema Solar probablemente no sea una excepción.
Tras analizar datos de un estudio de radio realizado en una nube de polvo en la constelación de Perseo, dos investigadores de la Universidad de California en Berkeley y del Observatorio Astrofísico Harvard-Smithsonian han concluido que todas las estrellas similares al Sol probablemente nacen con una compañera.
La hipótesis del "nacimiento conjunto" ha sido la favorita, y las simulaciones desarrolladas en las últimas décadas han demostrado que casi todas las estrellas podrían nacer como estrellas múltiples que a menudo giran por sí solas. Que Némesis no estuviera ahí afuera no significa, entonces, que no haya existido en un pasado remoto.
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