Con 43 organizaciones políticas inscritas, el panorama electoral peruano es abrumador; tras el plazo para formar alianzas, quedan 38. No es un consuelo. Esto implica cerca de diez mil candidatos y candidatas (con paridad de género), un reflejo del profundo deterioro de nuestra política y una clave para entender nuestra agónica democracia.
La mayoría de peruanos rechaza a los partidos que ocupan el Congreso y clamaba por renovación. Sin embargo, la respuesta fue una avalancha: 33 nuevos partidos inscritos (tres de ellos retornan). Cada uno aspira a ser “cabeza de ratón”. La ambición por candidaturas presidenciales y, aún más, congresales, se ha disparado. A diferencia del resto de la región, en el Perú no hay grandes partidos; solo algunos más organizados y con recursos en un mar de pequeños actores. Muchos se inscribieron explotando las fisuras de una normativa laxa en un contexto de informalidad donde la política se convierte, para algunos, en un negocio.
Se especulaba sobre alianzas, pero el compromiso fue escaso. Cada partido quiso competir con su logo, bandera y sueños propios. En nuestra historia, salvo la alianza entre Acción Popular y Democracia Cristiana en 1963, ninguna coalición ha ganado elecciones. En lo que va del siglo, trece alianzas se conformaron y la mayoría logró escaños en el Congreso, pero el fraccionamiento persiste. En contraste con países como Brasil, donde Lula triunfó con Brasil de Esperanza, o Colombia, con el Pacto Histórico de Petro, o Argentina, con La Libertad Avanza de Milei, en el Perú no hay inclinación por coaliciones.
La inscripción de apenas cuatro alianzas, que involucran a solo nueve de los 43 partidos, revela una preocupante falta de responsabilidad, sobre todo entre los partidos nuevos. No se trata solo de evitar el fraccionamiento o articular coincidencias programáticas que encaucen la política peruana, sino al menos de un instinto de supervivencia. El umbral electoral actual es el más exigente que hemos tenido: si se repiten los resultados de elecciones pasadas, ingresarían solo cinco o seis partidos. Y, paradójicamente, entre ellos estarían precisamente los más rechazados por la ciudadanía. Para el resto, tanto nadar para morir en la orilla.