Como si con ella no fuera, la presidenta Dina Boluarte estrenó el miércoles un deslucido gabinete –el cuarto en lo que va de su mandato al frente del país– sin presentar cambios significativos. La empanada tóxica permanece intacta, aunque con dos o tres ingredientes menos.
Desde que era ministro de Justicia, se sabía que el flamante premier Eduardo Arana participaba en casi todas las decisiones presidenciales y se le ha considerado desde siempre como influyente miembro del cogollo palaciego. Entre lo preocupante de los cambios, sin embargo, figura el relevo de José Salardi, reemplazado por quien hasta hace dos días era ministro de Transportes y Comunicaciones, Raúl Pérez Reyes, de quien se desconocen capacidades o logros profesionales como para encargarle una cartera de tal magnitud.
No es necesario ser un arúspice para colegir que la mandataria, apurada suponemos con los preparativos de su aprobado viaje al Vaticano, se limitó a cubrir vacantes con los funcionarios que tenía a mano. Se habló incluso de que su primera opción para el premierato habría sido Daniel Maurate, pero ante la incineración inminente, este habría rechazado tan cortés invitación.
Lo cierto es que ninguna indulgencia papal podría disimular que el país se encuentra ante el enésimo hito en el repertorio de improvisaciones de Dina Boluarte desde que llegó al Ejecutivo. La desconexión con la realidad que la inquilina de Palacio ostenta es alarmante.
Como ha apuntado Iván Arenas, analista político y columnista de Perú21, la ausencia de cambios en el elenco ministerial, la inclusión de personajes cuestionados como César Sandoval y la adición de un notorio allegado a Nicanor Boluarte hacen prever un intenso debate sobre el obligatorio voto de confianza en el Congreso, teniendo en cuenta, además, que la jefa de Estado no declara a la prensa hace más de 200 días.
El apoyo de Alianza Por el Progreso –“Sería mala señal que una bancada, la que fuera, no le dé el voto de confianza al nuevo gabinete, pues eso significaría que se está buscando la inestabilidad” ha dicho César Acuña– y el de Fuerza Popular se da casi por descontado en la Plaza Bolívar, pero es el país el que ya no aguanta más la desidia presidencial.
Si le parece que haber llegado al 2% de aprobación popular no es como para ponerse a trabajar en serio, es que Dina Boluarte, efectivamente, vive en una realidad distinta a la que los peruanos sufrimos cada día.