En tiempos aciagos, donde se han arriado las banderas de lucha, inclusive la izquierda, que supuestamente representaba la esperanza y una alternativa objetiva para los gobiernos en Latinoamérica, se ha prostituido. Sus experiencias de gobierno se han convertido en fracasos y una muestra más de lo que tanto se criticaba, la corrupción, la violación a los derechos humanos y los atentados a la democracia.
Pero en ese marasmo dubitativo y oportunista de los líderes de izquierda que tuvieron el poder en varios países de Latinoamérica, surge la figura incontrastable de Pepe Mújica, que durante sus dos periodos de gobierno en Uruguay fue un símbolo de humildad, coherencia y lucha por la justicia social. No llegó al poder para buscar beneficios personales, para enriquecerse como los sátrapas de Venezuela o Nicaragua, y menos pretendió perennizarse en el poder; al contrario, mostró compromiso con la democracia y respeto irrestricto a la institucionalidad de su país, tanto que hasta sus más encarnizados adversarios lo reconocen. Pepe Mujica no hizo política para enriquecerse, al contrario, militó y jugo las cartas democráticas de las elecciones para dignificar la política.
Alguien dirá que es el Uruguay una isla en medio de democracias endebles o países bananeros, como, lamentablemente, se han convertido varios países de Latinoamérica. Pero su legado más grande es que ha sembrado la semilla que ha de florecer en las siguientes generaciones, en cada conciencia que despierta la inquietud por la justicia social, por la libertad y una izquierda moderna y progresista. Sus palabras quedarán tatuadas en esta nueva generación que quiere cambiar el mundo. Hoy más que nunca retumban en nuestros corazones sus palabras: “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de la igualdad”.
Pepe Mujica va a ser el paradigma de las nuevas oleadas de jóvenes revolucionarios, que van a emprender el reto de buscar un mundo mejor, porque su vida fue un testimonio de coherencia, dignidad y lucha constante. Remando contra la corriente, un hombre sencillo nos mostró la senda de hacer política sin cinismo, sin codicia, sin olvidar de dónde venimos y del lado correcto de la
historia.
Gracias, Pepe, por enseñarnos valores como la dignidad y la honestidad, para que sean una sana costumbre al hacer política y aplicarlos a la vida, anteponiendo el país y los intereses del pueblo. Hasta la victoria compañero, venceremos.
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