Fallas valencianas (J/Unesco)
Fallas valencianas (J/Unesco)

Si han seguido la celebración de las Fallas valencianas, Patrimonio Cultural de la Humanidad, sabrán que la Cremá o quema de los casi mil monumentos que inundan la ciudad, marcó el inicio de las Fallas 2025. Cada 19 de marzo culmina el rito del fuego. Para iniciarse el ciclo siguiente.

Su origen es popular. Su existencia se remonta a siglos atrás. Un protocolo notarial de 1777 fue el primero en utilizar el nombre “falla”.

Todo en estas fiestas se basa en la iniciativa popular: son los falleros quienes buscan a los artistas que han de erigir esos monumentos de cartón y madera. Ellos definen el tema de la composición, muchas veces político (Puigdemont y Sánchez han sido carne de —merecido— escarnio), lúdico, cultural o simplemente artístico.

Si su origen es deudor de la iniciativa privada, su evolución solo depende de la misma. Su financiación también es privada. Hablo de miles de euros. Los falleros inventan y reinventan formas para obtener fondos de sus vecinos.

¿Podría haber Fallas sin el apoyo del Estado? No. Y no me refiero al económico ¿Qué sería de ellas si la organización estatal no fijara normas de protección civil? ¿Si no definiera horarios, e incluso si no las publicitare universalmente?

Las Fallas valencianas son un buen ejemplo de que ciertas teorías anarcocapitalistas que abogan por la total aniquilación del Estado son un craso error.

Sin el Estado, las Fallas no existirían. Sin ellas, la organización privada no podría expresarse con rigor ni en los confines de su barrio.

Abogo por las Fallas. Por su carácter satírico, artístico y tremendamente individualista. Y abogo también por una estructura mínima y suficiente del Estado que las haga posibles.

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