(Fotos: AFP)
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Es muy probable que Trump vuelva a ser presidente de Estados Unidos. Sin embargo, ha sido condenado por agresión sexual a una escritora, por sobornar a una actriz para que calle contratos sexuales, por el cinismo de haber deducido ese gasto de impuestos y por fraude en sus negocios. Está procesado por almacenar en su casa cientos de documentos de seguridad nacional, por intentar revertir las elecciones en las que perdió contra Biden y por promover la invasión del Capitolio. Es el único presidente con dos juicios políticos, por abuso de poder y obstrucción a la justicia (por forzar pruebas contra el hijo de Biden en la ayuda militar a Ucrania) y por conspiración (por lo del Capitolio). Como presidente, lo más notorio que hizo fue deshacer lo que había avanzado Obama: el Acuerdo Transpacífico sobre libre comercio, el Acuerdo de París sobre el cambio climático, las políticas de inmigración, los programas de asistencia en salud (Obamacare) y el acercamiento a Cuba. También retiró a los Estados Unidos de un acuerdo que reducía el programa nuclear de Irán, dándole la excusa perfecta para producir su propia bomba atómica, justo ahora que el Medio Oriente es un polvorín. Tiempo atrás, con ese currículum, no podías presentarte en política; ahora puedes ser presidente.

No es novedad. En la región otros presidentes tienen indicios criminales (narcotráfico y corrupción) y, en nuestro caso, todos los presidentes elegidos están procesados. ¿Nos volvimos locos todos? Como suele suceder, las explicaciones son complejas. Una investigación sobre el voto blanco en los Estados Unidos descubre que el modelo de una sociedad industrial, sobre la que se construyó la democracia moderna, cambió en muy poco tiempo al de una sociedad del conocimiento y produjo una migración en las preferencias políticas (Herbert Kitschelt y Philipp Rehm). El corazón de la derecha integrado por las élites empresariales (ricos con alta educación) ahora lo constituyen los achorados (clase media con baja educación), en tanto que el corazón de la izquierda integrado por trabajadores (pobres con baja educación) ahora lo constituyen los intelectuales (clase media con alta educación). Este cambio forjó nuevos paradigmas: la izquierda intelectual optó por la globalización, el libre mercado y la inmigración, en tanto que la derecha achorada eligió proteger el mercado local y rechazar la inmigración. Para los trabajadores, la esperanza ya no está en la ideología socialista de la antigua izquierda, sino en el paradigma de la nueva derecha que, al proteger el mercado local y controlar migración, ofrece empleo. Ellos son mayoría y le darán la victoria a Trump.

La división política ya no es ideológica, sino de valores (sociales y religiosos), que cruzan lo económico, pero que no lo son. Cada partido construye una identidad, nosotros contra los otros: lo que hagamos nosotros siempre estará bien en tanto que lo que hagan los otros siempre estará mal, aunque fuese lo mismo (Liliana Mason). Así se explica que, para una parte de los peruanos, Castillo no es el criminal que intentó un golpe de Estado, sino la víctima del Congreso por lo mismo; o que la manipulación de la Justicia es inconstitucional si nos afecta, pero es válida si se trata de perseguir a los otros; o que la corrupción es tolerada si nos compromete, pero es sancionable en los otros; por eso importará poco el pasado criminal de los futuros candidatos. En esta nueva sociedad, la polarización política es afectiva, se mueve entre amores y odios, lejos de perseguir acuerdos, que eran la esencia de la política antigua (Luis Orriols). Lo grave es que sin llegar a acuerdos seremos profundamente antidemocráticos, por más eficaces que sean nuestros programas y por más buenas que sean nuestras intenciones. Las elecciones de 2026 no van a cambiar este panorama; la polarización entre peruanos seguirá tal cual mientras no superemos los sentimientos encontrados. Para eso es necesario que alentemos la aparición de élites en todos los grupos, que construyan una confianza mínima que permita a cada uno proponer sus intereses, conciliarlos entre todos, acordar políticas y volver a la democracia. En la vida aprendimos a amar, esta vez tendremos que hacerlo en política.

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