(GEC)
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El enfrentamiento entre peruanos, las inacabables crisis políticas, tienen en buena cuenta su correlato en azuzadores, incitadores del odio, aquellos que no aceptando términos medios, han reducido la convivencia social y política a una sola frase: “Estás conmigo o estás contra mí”.

Para parafrasear una porción bíblica, pretenden obligar a la gente a tomar bando, a salir de la neutralidad, de la ponderación a la que en el libre ejercicio de su voluntad, tienen derecho.

Muchos, la verdad, lo hacen por ideología, al tratar por ejemplo de diferenciar a los de derecha y de izquierda; pero otros, que son los más, abrazan la intolerancia, ensoberbecidos repelen a quienes no piensan, no analizan las cosas como ellos, desatan “bullying” en el plano político, campañas de acoso, de hostigamiento en perjuicio de personas activas en la política o que pasaron por la política, que desempeñan o desempeñaron cargos públicos, que han tenido militancia en alguna organización o movimiento, para cuyos efectos les etiquetan o estereotipan negativamente, dañando subliminalmente honras y trayectoria profesional.

En ese camino, machacan una y otra vez por cuanta tribuna exista, medio de comunicación y redes sociales a manera peyorativa o despectiva, el haber trabajado, coincidido o haber sido parte de una administración, gestión o gobierno, militancia o simpatía con un partido, creando un aura de que tal persona es calco y copia de ese líder político o alto funcionario a quien tildan de impresentable o corrupto; siendo y, hay que decirlo también, que varios de estos afrontan investigaciones por graves cargos.

Pero el hecho es que no distinguen que las responsabilidades, sobre todo penales, son personalísimas, que no se puede generalizar, que los hay, funcionarios de carrera o personas convocadas por su perfil técnico-profesional para servir no a un gobierno, sino a su país, a su nación y que gozan de la prerrogativa del buen nombre y que no hay derecho que se les descalifique con etiquetas como “lagartones”, “humalientos”, “hijo o hija del dictador” (como si no se tuviese identidad propia), “chakanos o toledistas”, “chotanos” (dicho en forma despreciativa), al igual que “vizcarristas” o “vizcarratas”, “sagastistas”, “acuñistas”, etcétera.

La calificación negativa llega a anidar tan profundamente en el imaginario popular que al escuchar el determinado nombre de un funcionario o personalidad pública, automáticamente la mente reemplaza sus nombres con la etiqueta negativa creada por sus acosadores, logrando su cometido de generar rechazo, de aislar a esas personas que pagan pato por su cercanía al personaje central odiado, la gente da por hecho que deben ser como él o como ella.

Ya paren con el deporte nacional de etiquetar a las personas, el daño moral es irreversible. El Perú es ya irrespirable.

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