Pocas cosas tan interesantes y complejas como las relaciones entre padres e hijos con compromisos en algún deporte. El natural juego de expectativas, presiones, temores, saldos del pasado que hay alrededor de los desempeños de nuestros hijos, se exacerba al volvernos una mezcla de entrenador, manager y mentor, sin hallar la distancia que permita ser espectadores hinchas mientras dejamos que los menores se desarrollen y… gocen.

A medida que se pasa de la práctica juguetona y tentativa a la que es deliberada y, eventualmente, a la profesionalización, los padres deben tomar en cuenta más variables y pensar bien los mensajes que dan a sus hijos. Eso es muy importante cuando los deportistas ingresan en la adolescencia y deben escoger entre seguir un compromiso exclusivo o matizarlo con las actividades propias del periodo. La excelencia difícilmente admite todo lo que el entorno fomenta. Y cuando se trata de clubes de menores, que no son de nivel semiprofesional, hay padres que terminan como barras bravas y un espectáculo en sí mismo que le quita valor a la competencia que asumen sus hijos, muchas veces con mayor madurez.

Hace poco, por ejemplo, al término de un partido, los chicos de ambos equipos estaban abrazándose, cuando una madre filmó a uno afirmando que era mayor de lo debido. Cuando la del que se veía de más edad —lo que ocurre con los púberes— llevó el DNI de su hijo, la otra le respondió: “Ay, eso no demuestra nada, yo tengo dos DNI con edades distintas para mi hijo”. Sin comentarios.

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