Enfrentarse al cáncer o a cualquier otra enfermedad catastrófica ya es lo suficientemente difícil como para tener que lidiar, además, con obstáculos económicos, señala la columnista. / Foto: Composición
Enfrentarse al cáncer o a cualquier otra enfermedad catastrófica ya es lo suficientemente difícil como para tener que lidiar, además, con obstáculos económicos, señala la columnista. / Foto: Composición

En esta ocasión hablaré sobre el cáncer y el dolor que implica no solo para el paciente, sino también para su familia y seres queridos al transitar por este proceso. La noticia publicada en La Encerrona hace unos días acerca de las numerosas familias peruanas que se ven obligadas a viajar a España en busca de tratamientos y trasplantes para salvar las vidas de sus hijos refleja la precariedad de nuestro sistema de salud.

Esta noticia resonó profundamente en mí, pues soy consciente de que yo no estaría aquí escribiendo esta columna si no hubiera tenido acceso al tratamiento que salvó mi vida. Un tratamiento prolongado que, además de la quimioterapia y la radioterapia habituales, implicó varias operaciones, así como el uso de medicamentos biológicos de última generación que detuvieron la propagación de mi cáncer y, ahora, me permiten continuar viva.

Sin embargo, estos medicamentos son extremadamente costosos, tanto que, de no haber contado con un programa de protección oncológica, no habría podido cubrirlos. Así, mi seguro, junto con todos nuestros ahorros y la generosidad de familiares, amigos e incluso desconocidos, hizo posible que pudiéramos afrontar los gastos derivados del tratamiento. Sin embargo, siempre me ha asaltado la pregunta: ¿por qué pude salvarme yo y tantas otras personas no?

No es justo que aquellos sin seguro atraviesen procesos más dolorosos y difíciles; no es justo que las familias se vean obligadas a reunir dinero para poder viajar y salvar a sus hijos. No es justo que tantas personas mueran sin siquiera poder soñar con conseguir el dinero necesario para los medicamentos que requieren.

Existe algo llamado el Síndrome del Sobreviviente, en el que aquellos que sobreviven a una situación traumática como esta no logran encontrar paz o alegría debido a la carga de la culpa por saber que muchos otros no lo han logrado. En un país como el nuestro, sé que mi supervivencia se debe únicamente a los privilegios que tengo, y eso es algo que me perturba profundamente, pues no es justo.

Enfrentarse al cáncer o a cualquier otra enfermedad catastrófica ya es lo suficientemente difícil como para tener que lidiar, además, con obstáculos económicos para recibir atención médica. Nadie debería verse obligado a abandonar su país en busca de tratamientos que deberían estar disponibles y accesibles para todos. Nadie debería morir porque no tiene el dinero para pagar exámenes o tratamientos. Sin embargo, aquí estamos, en un país donde, literalmente, si no tienes dinero, te mueres.