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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa, Opina.21ggiacosa@peru21.com

Otrora se decía que había que "sacar pecho" ante la adversidad. Hoy, algunas mujeres creen que la adversidad disminuye poniéndose pechos más voluminosos. Otrora la palabra prótesis se usaba para mencionar una pierna o un brazo ortopédicos. Hoy, esa palabra se usa, frecuentemente, para mencionar las nuevas tetas de una dama.

Otrora las prótesis tendían a paliar un drama. Hoy, si bien pueden causar un drama, tienden a estimular la autoestima propia y la libido ajena. Jean Paul Mas (JPM) vio en esto un negocio y creó, en Francia, la PIP (Poly Implant Prothèse), que no es, como podría sospecharse en Perú, una empresa dedicada al implante policial, sino al implante mamario.

JPM decidió, en consonancia con el descontrol neoliberal, aumentar su lucro y sustituyó el producto adecuado, que costaba 35 euros, por un gel de segunda mano que solo cuesta 5 euros. Resultado: muchas viejas tetas rompieron las bolsas que contenían el gel y se vaciaron. No quiero imaginar a la consternada pareja, si el vaciamiento ocurrió durante un encuentro sexual, observando –atónitos e inermes– cómo un objeto del placer desaparecía antes sus ojos. Debido a ello –al vaciamiento, no a la pareja–, la Unión Europea decidió revisar sus orientaciones sobre el control y fiscalización. ¿Tenía que estallar una teta para que, finalmente, nos diéramos cuenta de que el afán de lucro y la falta de control constituyen una pareja explosiva? El número de mujeres perjudicadas es enorme: 20,000 en Brasil, 40,000 en el Reino Unido y, seguramente, muchas más en Estados Unidos, donde su servicio sanitario descubrió la estafa.