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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi,Opina.21glombardi@peru21.com

En primer lugar, ya es preocupante que un jefe de Estado hable de "un paso importante en la historia del Perú". (¿No les suena conocido?). Pero deducir a partir de un hecho meramente simbólico –como el develamiento de una placa– que ya contamos con "una nueva matriz energética", y que, gracias a este hecho "se consolida el viejo sueño de contar con nuestro propio polo petroquímico, el primero en la costa sur del pacífico" para favorecer el desarrollo del país y en particular la prosperidad del sur peruano, parece algo excesivo.

Es cierto que las reservas son suficientes y que la construcción del gasoducto surandino, a un costo superior a los 16 mil millones de dólares, generará trabajo y dinamizará la economía, pero nada garantiza que se produzca una masificación del uso en los plazos previstos. No tenemos una cultura del gas "domiciliario".

Acostumbrados como estamos, durante decenios, al GLP que llega a nuestros hogares en balones, desconfiamos casi instintivamente del GN que llega a través de tuberías, desconfianza en la que influye nuestra pertenencia a una región altamente sísmica.

La proverbial prudencia de las amas de casa hace indispensable que cualquier proyecto de masificación del gas natural comience por desterrar todos aquellos mitos que lo asocian a desastres inminentes como incendios, explosiones o silenciosas pero no menos letales fugas.

Y aunque el menor costo puede ser el argumento decisivo, no hay que olvidar que el costo de la conexión domiciliaria será elevado y que resultará inevitable aplicar subsidios cruzados para llegar a todos los sectores. Por ahora, estamos como la Cucarachita Martina.