Flor Pablo lleva un mes como ministra de Educación. (GEC)
Flor Pablo lleva un mes como ministra de Educación. (GEC)

Dispuestos a no permitir que en el Perú se termine de desterrar la ignorancia, el oscurantismo y el abuso en la enseñanza escolar, la bancada fujimorista interpelará otra vez a un ministro de Educación, el tercero en lo que va del Gobierno desde 2016.

Y como si no fuera prueba suficiente de su aversión por todo lo que tenga que ver con una reforma educativa para modernizar la formación que reciben nuestros niños en las escuelas, la ministra Flor Pablo se verá obligada, también, a regresar al Congreso a las 24 horas de haberse presentado, ya que ha vuelto a ser citada a la Comisión de Educación, dirigida por la fujimorista Milagros Salazar, por el tema del malhadado link –evidente acto de sabotaje– en un libro para tercero de secundaria.

Como ya ocurrió con el ridículo nacional estelarizado por la Comisión de Defensa en el interrogatorio al ministro del Interior, Carlos Morán, y los oficiales de la Diviac, esta podría ser una nueva oportunidad para que los parlamentarios antieducación exhiban su acostumbrado desconocimiento en esta o cualquier otra actividad que no responda a variantes de verbos tipo blindar, obstruir, archivar, encubrir o boicotear.

Lo alarmante es que no sientan la más mínima vergüenza del daño que infligen al país con cuestionamientos propios del siglo XIX, impidiendo permanentemente así el desarrollo de aprendizajes y políticas educativas que permitan a los estudiantes peruanos poner al día sus currículos con las necesidades del mundo contemporáneo.

Como ya había amenazado Becerril, luego de que el Tribunal Constitucional y la Corte Suprema fallaran en favor del enfoque o perspectiva de igualdad de género, ellos igual volverían a la carga… aunque fuese solo para importunar, pues no de otra manera se interpreta que en el pliego interpelatorio se introduzcan sibilinamente preguntas sobre el tema, contestadas hasta el cansancio, y del cual ya no tienen más que alegar, aparte de grotescas tergiversaciones (como que tal enfoque “promueve el sexo anal, así como la perversión sexual y moral”) o desgastadas consignas religiosas, todas tan anticientíficas y antidemocráticas como los congresistas que las difunden.