(GEC)
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Mientras dormían fueron despertados por el fuego voraz y reemplazaron los buenos días por alaridos de ayuda. Mientras otros iniciaban su trabajo cotidiano, el fuego de la deflagración acabó con sus expectativas de una simple jornada laboral y los trasladó a un incendio. Mientras otros caminaban a comprar pan o hacia el paradero, vieron sus destinos transformarse por completo, para nunca volver a ser los mismos. No hay quien no se haya sentido conmovido por la tragedia ocurrida en Villa El Salvador. La impotencia que nos abruma no puede describirse en palabras y el dolor que sienten todas las familias afectadas es inconmensurable. Su dolor es también nuestro dolor. Es un dolor compartido.Sin embargo, no es ningún consuelo. Nuevamente, la informalidad y, seguramente, la corrupción cobraron víctimas y añaden cicatrices a nuestra historia.

El mal diseño vial, sobre el cual tanto advertimos, ha hecho –nuevamente– de las suyas. La panza del camión al chocar con el desnivel de la pista reventó la válvula por la que se salió el gas mortal. Un desnivel en una pista, a la que ninguna autoridad le presta atención, acabó con la vida de muchos y le ha jodido la vida a otros. Una pista mal diseñada, una pista descuidada, una pista como tantas pistas que tenemos en nuestro país. Obras viales que se inflan, obras viales en las que nos roban y acabamos recibiendo no sólo infraestructura —a veces— poco útil, pero la mayoría de las veces tan mal hecha que son trampas mortales.

Los siniestros de tránsito son cosa de todos los días y ya la mayoría de peruanos se han acostumbrado a ellos, al punto de sentirlos tan comunes que ni siquiera les asombra, no les indigna y no reclaman. Por su parte, las deflagraciones de gas no son comunes y, por eso, ante la magnitud del riesgo, ante la evidencia de nuestra vulnerabilidad, ante la posibilidad de andar caminando un día por la calle y volverte un “quemado total” es que todo el país ha parado de respirar. Y ojalá que nos dure la indignación; ojalá podamos presionar para que mejoren nuestras vías, para que corrijan lo que ya existe y está mal hecho, para que las nuevas obras no sean corruptas, no sean innecesarias y no las diseñen mal. Para que dejemos de morir tontamente, para que no arruinemos a más familias, para dejar de causar tanto dolor, para que el fuego no nos consuma, para que nos dejen vivir.

Pero no son solo nuestras pistas las que debemos corregir, también tenemos que resolver nuestra miseria, la que nos plantea una precariedad laboral, una debilidad estatal y una empresa informal. El modelo actual se basa en la desigualdad, en mantener pobre al pobre para poderlo explotar y esto es lo que tenemos que cambiar. Si no, todo seguirá igual y estamos fatal.

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