Un minuto de silencio empresarial. (Foto: USI)
Un minuto de silencio empresarial. (Foto: USI)

Un amigo dijo esta semana: la CADE debe comenzar este año con un minuto de silencio. Gran símbolo. Pero ¿qué ha fallecido esta semana? Veamos. El desprestigio de la clase empresarial viene de mucho tiempo atrás. Las sospechas de que los grandes empresarios repartían a escondidas dinero a más de un candidato, también. Y la postura opaca de los grandes poderes económicos en las elecciones es parte de nuestras costumbres políticas. Es lamentable, nada de lo que se ha destapado esta semana es sorprendente. Entonces, considerando lo que sienten y piensan los demás ciudadanos, es decir, la gran mayoría, ¿por qué habría que estar de luto si el muerto, muerto estaba?

No exagero. Los estudios de opinión pública (Ipsos, Datum, GfK, etc.) muestran desde hace un buen tiempo que la desconfianza que tiene la gente hacia la clase empresarial es similar a la que manifiestan cuando se trata de la clase política. ¿Hay algo peor que eso? Esta desconfianza se basa en el convencimiento de que los grandes empresarios velan por sus intereses en desmedro del país y sus conciudadanos. Y esta percepción resulta dramática si consideramos que en el país tendemos a sobrevalorar todo tipo de emprendimiento. Llegar a ese desprestigio ha implicado, entonces, doble esfuerzo o, más bien, doble indiferencia. Todo mal.

Acaso el luto tenga que ver menos con ese negado desprestigio y más con los discursos altisonantes que existen en el sector empresarial. Responsabilidad social. Reputación corporativa. Propósito. Transparencia. Confianza. Grandes conceptos que se vacían de significado cuando los abogados afirman en estos días que no se ha infringido la ley, que se trata apenas de inconductas o faltas administrativas. Lo que agoniza son estos sugerentes enfoques que buscan que la práctica del capitalismo deje de ser depredadora para convertirse en un motor del desarrollo de la sociedad. ¿Quieren defender las libertades? Eso pasa por desplegar un capitalismo ético y por construir una democracia de los comunes.

El Perú necesita empresarios con vocación de trascendencia. Sinceros. Consistentes. Muy autoexigentes. Agradecidos con la nación que les permite realizar sus proyectos. Si de verdad les preocupa la democracia y el desarrollo, tienen que cambiar el enfoque de sus decisiones, así como el sentido de sus prácticas cotidianas. El floro está muerto.

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