Sin gimnasios mentales
Sin gimnasios mentales

Época de aislamiento, con cuarentenas radicales, restricciones formales o invocaciones a la responsabilidad. De hecho, estamos, como nunca antes, con nosotros. Pero fuera de las virtudes de estar solo con uno mismo, que no es lo mismo que aislamiento, somos una especie en primer lugar social.

Nuestras interacciones, fuera de su significado como transacciones utilitarias, son ejercicios mentales, una práctica que mantiene en forma esa masa maravillosa que protege nuestro cráneo: llevar la contabilidad de nuestras relaciones y poner al día nuestras agendas psicológicas usa partes importantes del cerebro. En efecto, lidiar con un grupo social numeroso es lo que nos convirtió en humanos.

¿Fulano y mengana seguirán juntos, es perencejo un buen aliado, es buena idea hablar de tal cosa a tal persona, cómo es que se llamaba su hijo? Entre otros muchos matices, triviales o trascendentes, que son a nuestros cerebros lo que las planchas a nuestros músculos. ¿En el mundo del Zoom, de lapsos largos sin interacción multisensorial, de periodos sin grupos complejos, estará algo atrofiándose, o, en el caso de niños, no desarrollándose?

Hay indicadores —a través de estudios físicos y psicológicos de personas que deben pasar mucho tiempo en entornos aislados y con pocos contactos sociales— de que la respuesta es positiva. Pero, igualmente importante, es que el ansia del contacto genera alerta exagerada, susceptibilidad, expectativas negativas sobre la gente, pérdida de identidad y regulación de pensamientos y sentimientos propios, así como pesimismo y depresión. Escuelas, oficinas, clubes, restaurantes y bares, no son solamente para producir, aprender o vacilarse, sino gimnasios mentales.

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