(GEC)
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Ha sido una semana difícil para el Ejecutivo. Primero, por el escándalo tras el despido de Hugo Coya de la presidencia del Instituto de Radio y Televisión del Perú. La torpeza en el manejo mediático de la decisión –que fue respaldada por el presidente Vizcarra– y sus consecuencias acabaron costándole el puesto al renunciante ministro de Cultura, Francesco Petrozzi.

Luego, la revelación de un informe de la Contraloría en el que se concluye que el desembolso de más de 40 millones de soles para la construcción de un hospital en Moquegua cuando el mandatario estaba a punto de concluir su administración regional, fue irregular. El caso apuntó directamente al ministro de Transportes, Edmer Trujillo, quien, en ese momento, ocupaba la gerencia general.

Está claro que este es uno de los hombres más cercanos al jefe de Estado. Vizcarra lo propuso como ministro de Vivienda en tiempos de Pedro Pablo Kuczynski y, después de la renuncia de PPK, lo puso en la cartera que él había ocupado y que le traería los mayores dolores de cabeza por la famosa adenda en el contrato del aeropuerto de Chinchero.

No tiene nada de malo que el presidente busque funcionarios en quienes pueda confiar. Lo cuestionable es que da la impresión de que el mandatario solo confía en un núcleo duro alrededor de él y que pertenecer a él sería una condición para ejercer la función pública al más alto nivel.

En ausencia temporal de un Congreso que ejerza control político sobre el Ejecutivo no vendría mal que el presidente elija privilegiando las calificaciones profesionales y éticas antes que la amistad.

Y que ante una crisis actúe con la misma celeridad y dureza, sea Petrozzi, Trujillo o cualquier otro el apellido de su protagonista. Y que el premier sea el vocero oficial. Ha lucido como el más coherente y sensato en los últimos días.

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