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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Últimamente los padres suenan, cuando hablan de la crianza de sus hijos, como vendedores frente a clientes más bien difíciles. Ya no saben cómo plantear ofertas y campañas. Muchas veces suenan a atribulados encargados del departamento legal respondiendo a alguna queja presentada a Indecopi. Y eso que no me refiero a asuntos complicados, digamos la sexualidad, la muerte o las drogas.

No. También cuando se trata del baño, la vestimenta, alguna actividad extraescolar, la cena familiar, por mencionar situaciones cotidianas, los padres se sienten obligados a dejar de lado la autoridad, una cierta verticalidad, para apelar al márketing y a los recursos retóricos tan apreciados en los torneos de debate y la teoría del conocimiento.

No es muy distinto a lo que ocurre en colegios y universidades. Los profesores y catedráticos no enseñan, sino convencen; ofrecen productos conceptuales e instrumentos cognoscitivos que compiten con otros en una suerte de quioscos educativos, cuyo objetivo es seducir al mayor número de consumidores y mantenerlos contentos, fidelizados y pagantes.

Para no hablar de los procesos electorales, donde el envase original, el eslogan creativo y la canción pegajosa, adecuadamente calibrados para el público objetivo, se ofrecen en una kermés intensa y excitante.

Es que en crianza, educación y política ya no se trata de padres e hijos, maestros y estudiantes, líderes y ciudadanos. Mucho se reduce a vendedor y consumidor. Y si uno quiere vender, pues el cliente siempre tiene la razón, ¿no?

Por lo menos en el caso del hogar, no se puede cambiar al proveedor del servicio, aunque ¡quién sabe!

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