(AFP)
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Anna Schwartz fue una destacada historiadora económica que escribió con Milton Friedman el libro Historia Monetaria de los EE.UU. En el capítulo que dedican a la Crisis del 29, critican con dureza a la Fed por haber permitido quiebras de bancos y una fuerte contracción monetaria; llegan al punto de afirmar que la política restrictiva de la Fed fue responsable de la depresión de los años treinta.

La larga vida de Schwartz –murió en 2012 a los 96– le permitió presenciar el experimento monetario emprendido en 2008 y dar su opinión. Lo hizo en julio de 2009 en una columna del The New York Times. A la luz de su crítica a la Fed de los 30, uno hubiera esperado su bendición a la política de tasa de interés cero y emisiones masivas que recién comenzaba. Todo lo contrario, tuvo duras palabras para el presidente de la Fed: “Bernanke solo parece conocer dos cifras: cero y billones”, y vaticinó además un desenlace trágico sobre la base de que “cuando los créditos son artificialmente baratos, los prestatarios pueden financiar cualquier uso que se les ocurra. Esto conduce a excesos que elevan la severidad de la recesión que inevitablemente ocurre cuando revienta la burbuja”. Ojo que esta crítica la formuló Schwartz en julio de 2009, cuando el tamaño del balance de la Fed (emisión de dinero) apenas había subido de 1 a 2 billones, bajo el QE1, al que siguieron el 2, 3 y 4, alcanzando la emisión la cota de 4.5 billones en 2014.

Como decía en mi columna anterior, la Fed es el único banco central que ha emprendido el camino de regreso, pero en tres años solo ha podido recoger 180 mil millones de los 3.6 billones que emitió desde 2008. El dilema es terrible: si lo hace más rápido, puede precipitar la crisis financiera (inevitable en mi opinión) y si sigue lento –con la economía en pleno empleo–, la inflación puede ganar la carrera.

El caso de la Zona Euro es todavía más complejo. Solemos simplificar hablando del Banco Central Europeo (BCE), pero en realidad el sistema comprende 19 bancos centrales nacionales además del BCE. Por un lado, tenemos, al igual que en EE.UU., el problema de normalizar el balance, que en diez años se ha triplicado. El BCE ni siquiera ha iniciado todavía el camino de regreso, sigue comprando bonos soberanos y emitiendo liquidez; ha anunciado que pondrá fin al programa de emisión a finales de este año y la gran pregunta es qué pasará con las primas de riesgo de los países mediterráneos cuando el BCE detenga la compra de bonos. La deuda pública de Italia y Portugal es 130% del PBI y la de España, 100%. Grecia es un caso aparte.

Un segundo problema son los créditos y débitos entre los 19 bancos centrales; el Bundesbank alemán es el gran acreedor por un monto de 900 mil millones de euros y los bancos de Italia y España, los mayores deudores con débitos de 450 y 400 mil millones, respectivamente.

En 2012, la Zona Euro estuvo a punto de romperse. Desde entonces, el activismo monetario del BCE y el sobregiro del Bundesbank han encubierto el problema lejos de solucionarlo.

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