Populismo:  oferta y demanda. (Foto: Difusión)
Populismo: oferta y demanda. (Foto: Difusión)

Se ha avanzado hacia un consenso analítico sobre la naturaleza populista del liderazgo que ejerce Martín Vizcarra. Su visión de la política se basa en: una división maniquea entre un pueblo lleno de virtudes y una élite portadora de un ADN corrupto; y en el principio de un mandatario empoderado por la soberanía popular. Pero para entender el fenómeno del populismo no basta con analizar “la oferta”. Vivimos en una sociedad, como cualquiera en realidad, que cuenta con una demanda latente por un discurso de estas características. No existe líder populista exitoso sin una audiencia que sintonice con él.

Podemos convenir que la sociedad peruana tiene los reflejos populistas a flor de piel. Los ecos del “cierre el Congreso” en las plazas públicas azuzadas por la presencia del presidente dan cuenta de la espontaneidad de nuestro populismo. Desde la caída de Alberto Fujimori, no habíamos tenido a un político que sostuviera permanentemente –más allá de episodios puntuales o campañas electorales– un populismo activo. La demanda social por un discurso de este tipo siempre estuvo ahí, a la espera de un político que gatillara las fibras sensibles de nuestro maniqueísmo popular.

Una reciente encuesta global de Ipsos, por ejemplo, muestra a Perú arriba en el ranking mundial ante la pregunta de si “se necesita un líder fuerte para recuperar el país de los más ricos y poderosos”. Mientras que el promedio en cinco continentes es del 64% de respuestas afirmativas, en nuestro país superamos el 74% (solo después de la India y México, en esta consulta realizada en 26 países).

La movilización del jueves pasado, por ejemplo, es una clara manifestación del sentimiento populista arraigado en nuestra sociedad. Las arengas y motivaciones explícitas calzan perfecto con esta visión de la política. Ya sea de izquierda, centro o derecha, las personalidades que convocaron y activaron esta protesta se acomodan dentro de los parámetros reivindicativos de un omnipresente “pueblo soberano” y como víctimas de un establishment carcomido. No hay nada más populista que solicitar el adelanto de elecciones en aras de una presunta renovación de la clase política.

Vale aclarar que el populismo –como lo entendemos desde esta perspectiva ideacional– no tiene por qué ser autoritario. Pero claramente sí está en las antípodas del liberalismo político y, por lo tanto, de las versiones más elitistas del republicanismo. Por eso llama la atención la tremenda contradicción teórica en la que caen presuntos “republicanos”, quienes al agitar banderas populistas terminan por vaciar de contenido a sus tan mentados principios políticos.

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