"En el despacho presidencial, el premier Alberto Otárola acababa de saludar a la presidenta Dina Boluarte. En sus manos, pegado a su pecho, lleva, casi como si fuera un bebé, un fólder con las principales estadísticas de las protestas de la víspera".
"En el despacho presidencial, el premier Alberto Otárola acababa de saludar a la presidenta Dina Boluarte. En sus manos, pegado a su pecho, lleva, casi como si fuera un bebé, un fólder con las principales estadísticas de las protestas de la víspera".

Mañana del 20 de agosto de 2023: el día después de la anunciada marcha conocida como la tercera ‘Toma de Lima’. Mientras el cielo se debatía entre nublado y nublado parcial, y la temperatura oscilaba entre 19 y 20 grados centígrados, dos conversaciones se desarrollaban en lugares bastante lejanos entre sí, pero, de alguna manera, perversamente conectados: Palacio de Gobierno y el Fundo Barbadillo.

PALACIO DE GOBIERNO

En el despacho presidencial, el premier Alberto Otárola acababa de saludar a la presidenta Dina Boluarte. En sus manos, pegado a su pecho, lleva, casi como si fuera un bebé, un fólder con las principales estadísticas de las protestas de la víspera. En tanto, él mantenía la seriedad y la neutralidad que solía no abandonarlo, Boluarte lucía radiante. Tenía la prestancia de quien acababa de sacarse un gran peso de encima.

—Alberto, por fin pasó el día central de la marcha. Mucha tensión para mi gusto —dijo Boluarte—. Por eso, te tengo un anuncio que hacer.

—¿Qué ocurre?

—Voy a tomarme unas vacaciones. No sé, creo que llegó el momento de viajar un poco. Ando metida mucho tiempo en Palacio —dijo Boluarte—. Es el momento justo, ¿no ves que acabamos de ganar?

—Yo no iría tan lejos, señora presidenta.

—No, primero por aquí, por Sudamérica. Europa será después.

El premier se reacomodó los lentes.

—No, yo me refiero a que no podemos dar por hecho que ganamos. Además, esto no es una competencia.

—Alberto, yo lo sé. No voy a salir a decirle al país que gané, pero tú sabes que ganamos.

—Yo no diría eso.

—¿Me vas a decir que perdimos?

Otárola empezó a abrir el fólder que llevaba contra su pecho.

—Señora presidenta, mire, de acuerdo a estas estadísticas…

—No me importan las estadísticas.

—¿No le importan las estadísticas? —preguntó, volviendo a cerrar el fólder.

—No, prefiero que me digas las cosas con tus palabras. ¿Cómo nos fue?

—De repente es muy pronto para cantar victoria.

—Yo no estoy cantando. Y no soy Victoria.

Otárola la miró, la sopesó, supo entonces qué era lo que Boluarte quería escuchar.

—Aunque, pensándolo bien, podemos decir que ganamos.

—¿Ya ves? —dijo Boluarte sonriendo—. Qué fácil era decirlo.

—Bueno, Alberto, aparte de lo de mis vacaciones, quería decirte que lo he estado pensando mucho. Creo que es hora de evaluar hasta donde podemos llegar tú y yo.

Un gesto de alegría apareció y desapareció en el rostro del premier.

—Me siento halagado, señora presidenta, pero, como usted sabe, soy un hombre casado.

Boluarte movió la cabeza a los lados.

—Pero qué estás diciendo, Alberto. Te estoy hablando de nuestro futuro político.

—Ah, claro. Por eso no se preocupe, señora presidenta. Yo todavía la necesito, así que quédese tranquila.

EN EL FUNDO BARBADILLO

El expresidente Pedro Castillo estaba sentado en una silla de plástico, cuyas patas se hundían en la tierra del pequeño patio que tenía asignado. Frente a él, en una silla similar, se encontraba su abogado. Había tenido ya tantos que nunca los llamaba por su apellido, para no equivocarse.

—Doctor —dijo Castillo—. Cuénteme, qué pasó ayer. ¿Cómo nos fue?

—Bien, señor Castillo. La verdad es que bastante bien.

De pronto, un brinco interno le dio esperanza al expresidente.

—Qué bueno. Yo ya sabía que la gente iba a reaccionar.

—Y no se equivocó.

—¿Y más o menos para cuándo sería?

—¿A qué se refiere?

—A mi regreso a Palacio de Gobierno.

—¿Su regreso?

La cara del expresidente cambió de gesto. Parecía haberse agravado.

—Sí, claro, mi regreso. ¿No dice que nos fue bastante bien? Acuérdese que el principal reclamo fue que me restituyan como presidente.

—Mmm, no sé si ese fue el primer reclamo.

—Bueno, quizá no —admitió Castillo, a duras penas—. El primero debió ser la renuncia de Dina, porque primero ella tiene que renunciar. Es lógico. Mi restitución debió ser la segunda demanda principal.

—Mmm, no sé si fue la segunda.

—Doctor, me está confundiendo. A ver, empecemos de nuevo.

—Como diga.

—Usted dice que a la marcha le fue bastante bien. Entonces, le pregunto. ¿Dina ya renunció?

—No, no ha renunciado.

—¿Pero va a renunciar?

—No, no que yo sepa.

Los ojos derrotados de Castillo apuntaron al suelo.

—Pero entonces la marcha de qué sirvió.

—Bueno, señor Castillo. Se ha demostrado que se puede marchar con relativa paz.

—¿Una marcha con paz? Pero, doctor. Así nadie nos va a hacer caso.

—En realidad, hubo algunos conatos de violencia.

De súbito, el expresidente dio un suspiro y miró al horizonte.

—”La violencia es la partera de la historia”.

—Vaya.

—Es una de las frases que me enseñó Cerrón. Pertenece a los hermanos Marx.

—Esa frase es de Karl Marx.

—Sí, de uno de ellos.

—¿Entonces usted quería que haya violencia en la marcha?

—Yo lo que quiero es salir de aquí.

—Ah, bueno, eso va a estar difícil.

—Pero cómo me va a decir eso si usted es mi abogado.

—Al contrario, justamente por eso se lo digo.

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El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!