“-Te comento -me dijo-. Mi tía me ha dado la confianza de contratar personal, así que yo puedo darte la oportunidad que necesitas. Pero antes hay algunas cosas que tienes que saber”.
“-Te comento -me dijo-. Mi tía me ha dado la confianza de contratar personal, así que yo puedo darte la oportunidad que necesitas. Pero antes hay algunas cosas que tienes que saber”.

Más que relato esto es una declaración. Acababa de terminar la primera vuelta electoral de 2021, cuando un vecino, algo misterioso, me preguntó si tenía tiempo para conversar. Pensé que me iba a pedir un préstamo, o dos, y yo ya estaba preparado para decirle que, como en la tienda de la esquina, “hoy no fío, mañana tampoco”, pero la naturaleza del asunto era totalmente distinta: me ofrecía un trabajo. Y no cualquier trabajo, sino uno en el Congreso de la República.

En resumen, me contó que su amigo del alma era sobrino de una congresista recién electa y que estaba buscando personal de confianza. “Trabajar en el Congreso”, pensé y, aunque “trabajar” y “Congreso” parecen palabras excluyentes, me dio una enorme curiosidad. Tres días y dos llamadas después, llegué temprano a la cafetería donde el sobrino me había citado. Una vez que el mozo me trajo el pedido, me incliné sobre la taza y aspiré, impaciente, el olor del café recién pasado. Junto a él, la empanada de pollo conformaba una humilde pero espléndida manera de iniciar el día. Estaba a punto de dar el primer sorbo cuando un hombre apareció de pronto, cogió la silla y se sentó frente a mí. Antes de que pudiera decirle algo, puso un folder sobre la mesa y me preguntó si yo era yo. Sí, le dije, entre extrañado y divertido, y me dijo cuáles eran sus nombres y su cargo: Juan Daniel, sobrino de la congresista Rosío Torres.

-Me han hablado mucho de ti -me dijo.

-Le aseguro que todas son calumnias -le dije, en tono de broma, pero no se asomó ni media sonrisa en su rostro.

-Háblame de ti, de tus intereses.

Le respondí que era una persona honesta, trabajadora y respetuosa. Además, le dije que me interesaba mucho la política, así como la historia y la literatura. Mientras iba respondiendo, el sobrino se limitaba a mover la cabeza de arriba hacia abajo, en señal de asentimiento. Sin embargo, por momentos, me daba la impresión de que podría haberle dicho cualquier cosa: “Soy un asesino en serie y me interesa la destrucción del planeta”, y que, igual, movería la cabeza, llevándome el amén. Luego, cuando terminé de hablar, dio un suspiro y se frotó las manos, como si estuviera a punto de arremeter su comida favorita.

-Te comento -me dijo-. Mi tía me ha dado la confianza de contratar personal, así que yo puedo darte la oportunidad que necesitas. Pero antes hay algunas cosas que tienes que saber.

-Claro, dígame.

-Mira, el sueldo no lo ponemos nosotros. Hay una escala ya aprobada en el Congreso y depende del cargo que tengas. ¿Me entiendes?

-Entiendo.

-El asunto es que no vas a recibir el sueldo completo.

-¿Por qué no? Ah ya, entiendo.

-Vaya, es un alivio que lo entiendas.

-No voy a recibir todo porque todavía me tienen que hacer los descuentos de ley.

-No, no has entendido nada.

-¿Entonces a qué descuentos se refiere?

-Te explico. Para poder llegar al Congreso, mi tía ha tenido que gastar mucho dinero en la campaña. ¿Me entiendes?

-Creo que empiezo a entender.

-Y por eso es normal que los que trabajen para ella le den un 20% de su sueldo para compensar esos gastos. ¿Me entiendes?

-¿Usted también le da parte de su sueldo?

-Yo soy su sobrino. Es diferente. Yo no trabajo en el Congreso.

-Pero igual le debe dar un sueldo.

-Sí, pero te repito que yo soy su sobrino. Conmigo el trato es distinto. Solo le doy el 10%.

-Pero a mí sí me van a quitar el 20% del sueldo.

-No, aquí nadie te va a quitar nada.

-Ahora sí ya no entiendo.

-No te confundas. Te repito que aquí nadie te va a quitar nada. Tú solo vas a dar parte de tu sueldo.

-¿Y por qué haría eso?

-Ya te dije. Para que mi tía reponga sus gastos de campaña y, claro, porque si no colaboras de esta manera, no te daremos el trabajo.

-¿Entonces, si no les entrego parte de mi sueldo, no me dan el trabajo? ¿Esto no es un chantaje?

-¿Chantaje? Pero qué dices. No se trata de eso. Lo que pasa es que, para su despacho, mi tía necesita gente que quiera colaborar. Que se ponga la camiseta. ¿Me entiendes?

-Te entiendo.

-Excelente. ¿Entonces? ¿Contamos contigo?

-Es que no me voy a sentir bien haciendo eso.

-Mira, solo tienes que imaginarte que tu sueldo es menor. Nada más. Además, esto no es nada fuera de lo común. Al contrario, es lo más normal del mundo. Todos los congresistas lo hacen.

-¿Todos los congresistas? No lo creo.

-Bueno, todos no. Y es que nunca faltan esos congresistas…

-¿Honestos?

-No, cobardes. Se mueren de miedo de ser atrapados.

-¿Y tu tía? ¿No tiene miedo?

-No, porque, como te dije, solo trabajamos con gente de confianza. Bueno, ¿y entonces? ¿Qué dices? ¿Lo tomas o lo dejas?

Entonces, abrió el fólder que estaba sobre la mesa. Extrajo un documento y me lo entregó.

-¿Por qué no lo revisas y si estás de acuerdo, lo firmas?

-¿Este es el contrato del Congreso?

-No, este es nuestro contrato personal. Ahí está todo lo que te he dicho.

Y era verdad. Me bastó una rápida lectura para que se active mi indignación. ¿Cómo era posible que tuviera tantos errores ortográficos? ¡Ya nadie hace un control de calidad! Pero, además de eso, vi cómo, entre otras cosas, el documento decía que el que suscribía, es decir, el contratado, o sea, yo, otorgaba el 20% de la remuneración en favor de las actividades de la contratante, o sea, la congresista, es decir, la tía del sobrino.

-No puedo firmarlo- le dije.

-¿No tienes lapicero?

-No, es un tema ético.

-¿Y si te presto un lápiz?

-No, lo siento. No puedo aceptar algo así.

-Bueno, como quieras. Allá tú.

Luego, visiblemente molesto, se levantó de la mesa. Pensé entonces en denunciar el caso, pero era su palabra contra la mía. Ni siquiera me dio tiempo de fotografiar el contrato, un documento tan inverosímil, tan perverso que yo mismo no creería en su existencia si no lo hubiera visto con mis propios ojos (¿hay otra forma de verlo?). Cuando, por fin, probé el café, ya estaba apenas tibio. En ese momento, la ira se apoderó de mí. No sé qué me molestó más: el robo que hacen algunos congresistas a sus trabajadores, la normalización de esta conducta delincuencial o comprobar –la maldad humana no tiene límites– que el sobrino se había llevado mi empanada de pollo.


El siguiente texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!