Pequeñas f(r)icciones: Castillo y la pesadilla de Qatar
Pequeñas f(r)icciones: Castillo y la pesadilla de Qatar

Apenas el asistente lo pone al tanto, las facciones de se agravan. Pone su mano derecha sobre su pecho, auscultándose, una, dos, tres veces, tratando de encontrar ese dolor fantasma, ese hincón que no existe, pero que cree sentir cada vez que su gobierno parece estar, ahora sí, a punto de desaparecer, o, por lo menos, con la esperanza de vida de una pompa de jabón.

-¿Estás seguro? -pregunta Castillo, tocándose otra zona del pecho.

-No, como le digo. Es un rumor, pero la fuente es confiable.

-No puede ser. Benji me dijo que la Fiscalía nunca podría venir a confiscarnos las cámaras de seguridad.

-Le repito, señor presidente. No es nada seguro.

-Pero entonces trata de averiguar. Si es cierto, algo tendremos que hacer. ¿Te imaginas si la Fiscalía logra recuperar las imágenes del día que ocultamos a Yenifer?

El asistente se encoge de hombros.

-Se descubriría la verdad.

-Peor -corrige Castillo-, se descubriría la mentira.

Mientras espera alguna confirmación, Castillo permanece sentado en la oficina presidencial, mirando al techo. Entonces, una luz de esperanza parece haberse encendido. El presidente recuerda haber oído sobre la posibilidad de que Perú vaya a jugar el mundial de Qatar. Si ello se concreta, ya a nadie le interesaría estar hablando de temas tan intrascendentes como el destino de la nación.

Entonces, Castillo coge su libretita de contactos y la empieza a revisar. Y es que ser presidente le confiere esa posibilidad: llamar a cualquier especialista, investigador o periodista para consultar o verificar cualquier información.

-Aló -dice el presidente-, te habla Pedro Castillo, el presidente del pueblo.

Por lo general, del otro lado de la línea, los sonidos se apagan de golpe y se oye la respiración, entre asombrada e incrédula, del interlocutor.

-¿Señor presidente?

-Sí, soy yo.

-Es todo un honor. ¿Sabe? Yo voté por usted.

-Gracias.

-De nada. Cualquiera se equivoca. Dígame, señor presidente, con confianza. ¿Qué necesita?

-Otra familia, otro abogado, pero eso no viene al caso ahora. Lo que necesito saber es si el TAS nos dará la razón y podremos ir a Qatar.

Otra vez el silencio invade la llamada.

-Bueno, para serle sincero…

-Eso quiero. Yo valoro mucho la sinceridad.

-Para darle una respuesta concreta, deme unos minutos. Muevo mis contactos y le devuelvo la llamada.

Una hora después, el asistente vuelve a ingresar al despacho presidencial. Se coloca frente a Castillo, como un militar frente a su superior.

-Señor presidente, vengo a hablarle de otro tema.

-¿Cuál otro tema? Quiero saber qué pasa con la Fiscalía.

-Yo también.

-¿Y su fuente?

-Todavía no me puede confirmar nada.

Castillo se levanta del asiento. Mueve la cabeza a los lados. Vuele a palparse el pecho.

-¿Dices que quieres hablarme de otro tema?

-Sí.

-¿Y ahora qué problema tenemos?

El asistente lanza un suspiro. Luego sonríe.

-No es nada malo. Es sobre el viaje a la ONU. Ahora que el Congreso le dio el permiso del viaje, el canciller quiere tener una reunión con usted.

-¿Cuál canciller?

-¿El último?

-¿El último? ¿Ya no tendremos más cancilleres?

-No, señor presidente. Es el último que ha juramentado. ¿No se acuerda de él? Se llama César Landa.

-¿Landa? Sí, tengo un vago recuerdo de él.

-Pero él ya ha sido su canciller.

-Debe de ser. Lo que pasa es que he nombrado a tantos ministros que me confundo.

Después del generoso almuerzo, cobijados por el silencio y la tranquilidad del despacho presidencial, los ojos de Castillo sucumben, adquieren un peso de gigante y se precipitan, sin culpas ni reparos, en el sueño. Castillo se ve entonces a sí mismo, caminando por el centro de Lima, solo, sin seguridad, sin las decenas de policías que lo escoltan. De súbito, decenas, centenas, miles de personas empiezan a rodearlo. Todos gritan frases incomprensibles, pero llevan una amplia sonrisa pegada en sus rostros. Entonces, empiezan a empujarlo, a zarandearlo. Castillo trata de esquivarlos, pero no puede. Ahora entiende que los gritos son insultos y observa, aterrado, que las sonrisas desbordan las caras de la multitud. Un sonido intermitente, como llegado de otra dimensión, lo despierta. Agitado, se incorpora hacia adelante y se reacomoda en el asiento. Comprende entonces, con alivio, que todo ha sido una pesadilla. Solo entonces contesta el insistente timbre del teléfono. Es la voz de su secretaria. “Que pasen”, le dice.

El asistente y el abogado Benji Espinoza ingresan. Sus rostros lívidos, sus labios temblorosos. Parecen que acaban de salir del sueño de Castillo.

-¿Qué pasa? -pregunta Castillo, y sin esperar respuesta, agrega-. ¿La Fiscalía? ¿La Fiscalía está aquí? ¿Eso es?

-No -responde el asistente-. La Fiscalía no está acá.

-Acaba de irse -dice Benji.

Castillo se levanta del asiento y empieza a caminar alrededor del escritorio. El asistente y Benji no atinan a decir nada.

-¿Y por qué me avisas recién? -le dice al asistente.

-Perdone, pero nuestra prioridad era evitar que se lleven las cámaras y la información.

-¿Entonces qué se llevaron?

-Las cámaras y la información.

-No puede ser.

-Tratamos, pero no pudimos hacer nada. Pregúntele aquí al doctor -dice el asistente, señalando a Benji.

El presidente respira profundamente. Alza y baja los hombros. Le dedica una mirada especial a su abogado.

-Benji -dice por fin, Castillo-. ¿No me dijiste que la ley nos amparaba? ¿No me dijiste que la Fiscalía no podía hacer lo que acaba de hacer?

-Lo que están haciendo es completamente ilegal, señor presidente.

Castillo le pide al asistente que se retire. A solas con su abogado, le vuelve a pedir una explicación, pero ninguna de las frases hechas que este le lanza, lo tranquilizan.

-Solo un milagro nos puede salvar.

Entonces, el teléfono del escritorio empieza a timbrar. Castillo se apresura a contestar. Una incipiente sonrisa parece que asoma en su rostro.

-Señor presidente -dice el periodista deportivo.

-Sí, dime. ¿Qué averiguaste? ¿Me tienes una respuesta concreta?

-Concretísima.

-Tú no te imaginas, pero tu respuesta puede salvarme.

-No lo entiendo.

-Olvídate y dime ¿qué tan probable es que el TAS decida que vamos al mundial?

-Es casi imposible.

Castillo se palpa el pecho.

-¿Tanto así?

-Se lo diré así. Es tan probable que vayamos al mundial como que usted renuncie a la presidencia -sentencia el periodista.

-Ah, carajo -reacciona Castillo-. Estamos jodidos entonces.

-Jodidísimos.

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