[Opinión] Yesenia Álvarez: El estribillo de “no al terruqueo”. (Foto: Perú 21)
[Opinión] Yesenia Álvarez: El estribillo de “no al terruqueo”. (Foto: Perú 21)

Si algo debemos enfrentar en estos días es esta estrategia narrativa que se ha instalado en el debate público y con la que cierto sector de académicos, políticos y líderes de opinión ha renunciado a pensar críticamente y solo repetir “no al terruqueo”.

Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso, se la lleva fácil cuando tantas personas, aparentemente con convicciones democráticas, se han comido el cuento de no cuestionar, ni llamar terrorismo a situaciones en las que hay actos, indicios, reportes y luces de bengala que muestran que al menos merecen ser investigadas como terrorismo.

Como señala Umberto Jara: “los que claman ‘No al terruqueo’ no entienden que los herederos de Abimael Guzmán se agruparon bajo el Movadef, quisieron inscribirse como partido político y fracasaron luego del valiente trabajo de la Dircote” (Lima Gris 30.01.23). Coincido con el periodista, autor del libro Abimael, el sendero del terror, en que parece que hemos olvidado que los herederos de Abimael estaban entre las fuerzas que apoyaron a Pedro Castillo, que este nombró ministros prosenderistas, y que apenas dio el golpe eligió un abogado que estuvo preso por terrorismo. “No terruquees” dijeron en campaña, “no terruquees”, durante su desgobierno, “no terruquees” cuando dio el golpe y gatilló la crisis que hoy acorrala a nuestra democracia.

Nunca estuvo bien, como aún hacen ciertos extremistas, llamar terrorista a todo adversario político, y por supuesto que en las protestas hay demandas genuinas y real descontento, pero tampoco podemos llegar al otro extremo de subestimar que los herederos de Abimael son parte de quienes han engendrado esta protesta. Decir “no al terruqueo”, siempre y para todo, está endosando la factura al Estado de derecho, a la paz y a la democracia que queremos. Pasan los días y no hay un deslinde claro de los actos de zozobra, alarma y terror, como asesinar a un policía en su patrulla, quemar comisarías, bloquear vías, intentar tomar aeropuertos, atacar instituciones públicas y privadas, amenazar comerciantes, aislar ciudades y generar situaciones que afectan la vida, la salud, el trabajo y la subsistencia de otros.

Cualquiera que se sienta un manifestante demócrata y pacífico debería deslindar de la violencia y preocuparse de no repetir como gramófonos “no al terruqueo”, estribillo que se ha vuelto funcional a los reivindicadores del pensamiento Gonzalo.