Cayó en mis manos el libro Mamá del argentino Jorge Fernández Díaz.

Confieso que no lo conocía. Y que el título de Mamá ni siquiera me resultaba atractivo.

Afortunadamente superé mis prejuicios y gracias a la querida mano que me lo alcanzó, lo empecé a leer.

Es la historia íntima de la madre del autor. De una “gallega”, aunque fuera asturiana, pobre de solemnidad, que llegó sola a la Argentina, con 15 famélicos años.

Allí, los tíos que la reclamaron, matrimonio sin hijos, y que se ofrecieron a darle cobijo, lo hicieron razonablemente bien. Le dieron instrucción y hasta mundo. Aunque para ellos era una sirvienta.

En ese marco de relación, no necesariamente afectuosa con la jovencita, que superada la fase famélica, se desarrollaba hermosa, el tío pretendió ejercer derecho de pernada. La sometió a un acoso duro. El tío, a quien el autor del libro lo tuvo como tierno abuelo, jugaba con una baza: No te va a creer, le decía cuando ella lo amenazaba con contarle a la tía. Tenía razón el desgraciado. Con uñas y dientes se defendió. Hasta que un día se le abalanzó encima. Momento en el que sacó la joven de su interior “la lava de los tiempos salvajes”; y con fiera determinación le dijo que se mataría; pero antes escribiría una carta para que todos se enteraran. Nunca más la asaltó.

Esta es la historia que muchas mujeres podrían narrar. No siempre con final feliz. Tampoco este es tan feliz, porque la violencia que sufrió la trasladó a su hijo que hubo de dar muchas vueltas a su cabeza para recomponer sus sentimientos y poner al personaje en su sitio.

Que los 8 de marzo sirvan para que reflexionemos en torno a la violencia que sufren las mujeres, no es baladí. Es esencial.

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