Una de las cosas que tienen en común los países que han alcanzado el desarrollo económico es que sus economías son altamente productivas. En la base de la productividad se tienen dos pilares fundamentales: el primero, la alta correlación entre infraestructura y productividad, y el segundo, la productividad de las personas. Y es que los países que han pasado de la pobreza al desarrollo lo han hecho, fundamentalmente, mejorando la nutrición, la salud y la educación.

Hace un par de semanas se conoció que 42.4% de los niños de 6 a 35 meses padece de anemia en el país. ¡No hay desarrollo posible con una cifra así! Desde el punto de vista de la salud, para nadie es un secreto que el sector es una calamidad.

Quizás la manifestación más cruel e ignominiosa de esa calamidad está reflejada en los más de 210,000 fallecidos por el COVID-19, una de las mayores mortalidades del mundo, y, con ligereza, se quiso vincular este resultado con los fundamentos del modelo económico peruano, soslayando lo central: en el Perú la salud la brinda, básicamente, el Estado y que este, en todos sus niveles de gobierno, ha contado con enormes recursos.

Solo cabe recordar que el presupuesto de inversión pública para salud en 2013 fue de S/1,972 millones, mientras que, para 2022, fue de S/5,800 millones, es decir, más del 200%. De esta asignación presupuestal, 41.8% fue a los gobiernos regionales; 38.8% al gobierno central y 19.5% a los gobiernos locales.

En el Perú, la enorme mayoría de la atención en salud a la que recurren los ciudadanos se da en el primer nivel de atención, es decir, en postas, centros médicos o policlínicos; sin embargo, solo uno de cada dos establecimientos del primer nivel tiene un médico. La mitad de estos espacios no cuenta con medicinas suficientes, haciendo que la gran mayoría deba adquirirlos en el sector privado, farmacias y boticas.

Una de las causas de este lúgubre panorama está en la alta rotación de las autoridades del sector, que imposibilitan la aplicación de líneas de gestión duraderas y consistentes. Solo desde el 28 de julio de 2021, la duración de los ministros de salud ha sido menor a cinco meses y de los presidentes de Essalud menos de cuatro meses.

Así, la agenda pendiente en el sector es enorme y urgente, y tiene que ver, principalmente, con cambios en el diseño del sistema y en la gestión. Estos pasan, primero, por devolverle institucionalidad y aplicar medidas, como dotar de tecnología a los centros de primer nivel de salud con la implementación de redes integradas de salud, agilizar las labores y plazos de la Digemin, empoderar el rol fiscalizador de SuSalud, mejorar los procesos logísticos y de compra y un largo etcétera. La consultora Videnza elaboró para Comex un ilustrativo y detallado estudio al respecto, que debería ser internalizado por nuestras autoridades.

Mejorar nuestro sistema de salud es urgente; sin salud no hay nada.

TAGS RELACIONADOS