[OPINIÓN] Rafael Belaunde A.: Voracidad insaciable. (Foto: ThinkStock)
[OPINIÓN] Rafael Belaunde A.: Voracidad insaciable. (Foto: ThinkStock)

RAFAEL BELAUNDE A.

“América Latina es la región que presenta los mayores niveles de desigualdad en la distribución de ingresos a nivel mundial y el Perú es uno de los países más desiguales dentro de América Latina…”, sostienen W. Mendoza y otros en un reciente estudio (La distribución de ingresos en el Perú). En 1975, en un libro del IEP, R. Webb y A. Figueroa expresaban similares angustias.

El índice de Gini, denominado así en homenaje a su creador, mide el grado de desigualdad y se acercaría a cero en los imaginarios países absolutamente igualitarios y a uno en los exorbitantemente desiguales (también imaginarios). El promedio del índice en la OECD, que es una asociación de 38 naciones prósperas, es 0.34, en los países asiáticos es 0.41 y en el Perú 0.5. Somos, pues, uno de los países más desiguales del planeta y encima, aquí el Gini rural es superior al urbano y parece estar incrementándose.

Según informe del IPE de junio del 2021, en los últimos años se ha producido una drástica disminución del ahorro de las familias peruanas. La situación ha llegado al extremo de que el 60% de los hogares o familias más pobres ha ‘desahorrado’, lo cual las ha empobrecido aún más. A la luz de esta información, ¿no debiera el gobierno dejar de arrancharle a los pobres parte del poco dinero que tienen en el bolsillo?

Para progresar, los individuos y las familias requieren producir más de lo que consumen. La diferencia entre la producción y el consumo es la que viabiliza el crecimiento económico. Repasemos nuestra historia:

Durante los tres siglos del virreinato la población andina no pudo progresar porque el Estado la gravaba con el tributo indígena que era un impuesto ciego e indiscriminado, el mismo que los encomenderos recaudaban sin contemplaciones. En pocas palabras, cuando se generaba un excedente, el sistema se lo confiscaba a quien lo produjera y si este era inexistente, el tributo empobrecía aún más al tributario.

Durante dos siglos de República a la exacción contemporánea, análoga a la virreinal, se le denomina Impuesto General a las Ventas e Impuesto Selectivo al Consumo. Se trata de impuestos que solo pueden sufragar sin naufragar quienes generan excedentes suficientes, pero no los pobres.

Como a pesar de nuestra endemoniada geografía el IGV grava groseramente los combustibles, ese impuesto castiga al campesino, pobre casi por definición, que pierde competitividad debido al excesivo costo del transporte hacia los mercados. El GLP, principal fuente de energía calórica de los sectores populares, por su parte, es artificialmente encarecido en detrimento de la economía popular. Finalmente, aplicarles a los carburantes un ISC adicional, como si se tratara de caviar, champán o cigarrillos, encareciendo aún más el transporte, es una afrenta a los menos afortunados que dependen cotidianamente del insufrible transporte público para llegar al trabajo.

Casi el 50% de los ingresos fiscales provienen de ingresos indirectos, es decir aquellos que gravan al consumidor final con prescindencia de su capacidad económica. Estimo que la mitad de esos ingresos provienen de los bolsillos de quienes zozobran, impedidos de levantar cabeza debido a la voracidad del fisco que los esquilma a diario. Es cierto que una pequeña porción de ese dinero regresa a cuenta gotas a través de programas sociales, hacia algunos beneficiarios (Pensión 65, por ejemplo), pero el grueso de la recaudación se utiliza en la manutención de la frondosa burocracia que administra el gasto.

Entiéndase que transferir dinero de los pobres al Estado es como una transfusión de sangre, pero de un anémico a un robusto.

En otro ámbito del quehacer económico, sorprende que aún no se distribuya parte del canon minero entre los pobladores del entorno de las minas que lo generan, en vez de otorgárselo íntegramente a los gobiernos regionales y locales que lo festinan o dilapidan. El ámbito en el que se hallan las minas es por lo general inapropiado para las actividades productivas, salvo el pastoreo, por lo que la pobreza de los moradores de los alrededores es de escalofrío. Me precio de haber impulsado esa iniciativa redistributiva en las redes sociales desde abril del 2019 pero lamento que cayera en el olvido, salvo ecos aislados. ¿No era que las autoridades estaban imbuidas de inquietud social?

Milton Friedman sostuvo que padecemos la inercia del Status Quo y que solo las crisis viabilizan los cambios que logran que lo aparentemente imposible devenga inevitable. Ojalá que la revuelta actual se traduzca, inevitablemente, en la abolición de la barbarie tributaria que agobia al grueso de la colectividad.

Arrancharle al Estado tutelador y dirigista una verdadera liberación tributaria constituiría un verdadero desagravio a los desafortunados y conduciría al empoderamiento ciudadano. Recién entonces los pobres dejarán de ser como un rebaño pastoreado por hienas (la metáfora es de Antonio Escohotado).

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