“La población no ve al Estado con buenos ojos, ya que lo percibe ineficiente y lejano, incapaz de resolver los problemas. Esto explica una desafectación con el régimen democrático”.
“La población no ve al Estado con buenos ojos, ya que lo percibe ineficiente y lejano, incapaz de resolver los problemas. Esto explica una desafectación con el régimen democrático”.

Asumo que la mayoría contestaría que sí, y algunos dirían que esa pregunta es absurda. ¿Lo es? El 80% de la población aprobó el autogolpe de Fujimori en 1992, mientras que el 78% estaba de acuerdo con el adelanto de elecciones apenas lo anunció el presidente Vizcarra, al igual que ahora, aunque sin darse cuenta de que una elección sin una reforma electoral y política se traducirá indefectiblemente en otro gobierno débil y un Congreso igual de malo. Esos porcentajes son altos y ponen en evidencia que los peruanos tenemos una peculiar manera de percibir la institucionalidad. Asimismo, en la reciente encuesta Latinobarómetro 2023 quedamos en el último puesto de 18 países de la región en términos del apoyo a la democracia y cuartos en cuanto a preferir un gobierno autoritario. Por otro lado, cada vez es más generalizada la solución de conflictos en nuestro país fuera de la vía legal y de la formalidad.

Los que defienden el adelanto de elecciones esgrimen que eso no afecta la institucionalidad, ni implica ser antidemocrático. Discrepo porque confirma una mala práctica, ya que en el futuro cualquier Gobierno que esté en minoría podrá proponer algo similar esperando que la siguiente repartición de cartas sea más favorable a sus intereses. Ese esquema existe en regímenes parlamentarios y no presidencialistas, como el nuestro.

¿El adelanto de elecciones ayuda a la institucionalidad o a la democracia? El principal motivo esgrimido por un gobierno para ello es “no poder gobernar por falta de mayoría en el Congreso”. ¿No es parte de la democracia hacer coaliciones para gobernar? Los motivos por los cuales lo solicita nuestra población es el hartazgo con la clase política debido a la mediocridad y corrupción de las autoridades y congresistas, pero si no cambiamos las reglas del juego para elegir a nuestros gobernantes seguiremos igual.

La población no ve al Estado con buenos ojos, ya que lo percibe ineficiente y lejano, incapaz de resolver los problemas. Esto explica una desafectación con el régimen democrático. Necesitamos un mejor gobierno y concertación, no adelanto de elecciones; así como un Congreso que ponga los intereses del país por delante de los suyos y que no apañe los comportamientos delictivos de sus miembros. Debemos demandarlo, al igual que las reformas política y electoral, que parecen dormir el sueño de los justos en este Congreso. Hay que fortalecer, y no socavar, a nuestras precarias instituciones. Solo así la población dejará de entusiasmarse por propuestas que conllevan a un debilitamiento institucional. El discurso presidencial quedó corto en cuanto a reformas para mejorar nuestra democracia, institucionalidad y buen gobierno. Para eso sí haría sentido salir a las calles a protestar.

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