“Empezamos el año con buen pie, esperemos que termine así, pero dependerá de la firmeza con que se gobierne”.
“Empezamos el año con buen pie, esperemos que termine así, pero dependerá de la firmeza con que se gobierne”.

Parece el título de una telenovela, pero es la triste realidad de lo que hemos vivido en el Perú durante el gobierno de Pedro Castillo. Él llegó a la segunda vuelta con un magro porcentaje de 11% del total de votantes registrados, ligeramente por encima de los que tenía Keiko Fujimori, a quien ganó apretadamente en la segunda vuelta gracias al apoyo de los antifujimoristas y ‘caviares’, hoy agazapados en un cómplice silencio.

Hubo serias irregularidades en esas elecciones, que fueron pasadas por agua tibia por muchos. Pedro Castillo ganó ofreciendo una plataforma de extrema izquierda impuesta por Perú Libre, el partido por el que postuló y con el que mantuvo una alianza de supervivencia hasta el final de su gobierno.

Al asumir el mandato, Castillo anunció que iba a gobernar “para el pueblo”. Sin embargo, luego de los 17 meses que él duró en el cargo, la calificación “gobernar” es un exceso para lo realizado; y decir que trabajó para el pueblo sería incluso un mayor desatino.

Su gobierno destruyó la institucionalidad del país, nombrando a cientos de personas incapaces para los principales cargos públicos, lo que explica la poca ejecución de los presupuestos y de la inversión pública; y el deterioro creciente de prácticamente todos los servicios públicos (educación, salud, seguridad ciudadana, transporte, migraciones, registros, entre otros).

La pobre calidad de la gestión pública se aprecia también en los serios problemas de Petroperú, la incapacidad para comprar fertilizantes, y para administrar o licitar las obras de infraestructura.

Allí radica el gran engaño al país, y en particular a los que votaron por ellos, ya que prometieron gobernar para mejorar la situación del pueblo e hicieron todo lo contrario. La incompetencia y la corrupción generalizada en el Estado llegaron a niveles nunca vistos en nuestra historia reciente. Lo más preocupante es que luego del fallido autogolpe todavía hay un alto porcentaje de personas que apoyan a Castillo, mostrando un tamiz antidemocrático que también vimos en 1992 cuando Alberto Fujimori disolvió el Congreso. Lo paradójico es que los que apoyan a Pedro Castillo son justamente los más afectados por su desgobierno.

El reciente cambio de gobierno, al haber asumido el mandato la presidenta Dina Boluarte, después de que fuera destituido Castillo, nos da una luz de esperanza, luego del cese de los disturbios iniciales y de la recomposición de su primer gabinete ministerial. La aprobación del adelanto de elecciones por el Congreso, aunque falta su ratificación en otra legislatura, también es positiva.

Empezamos el año con buen pie; esperemos que termine igual, pero esto dependerá de la firmeza con la que se gobierne en los próximos meses porque está claro que la izquierda seguirá torpedeando la gobernabilidad del país. Debemos mantenernos vigilantes para que no nos vuelvan a engañar y elegir inteligentemente la próxima vez.

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