Marcha por la paz en Huancayo. (Foto: archivo)
Marcha por la paz en Huancayo. (Foto: archivo)

En la primera Nochebuena de la Primera Guerra Mundial, las infanterías europeas se encontraron en ese espacio entre trincheras que llamaban la tierra de nadie. Se dieron tregua. Recogieron a sus muertos, pero luego les ganó el corazón. Intercambiaron chucherías queridas como regalos, compartieron el rancho como cena y cantaron. Hay un monumento en Ypres, Bélgica, en el que un soldado alemán y otro francés se inclinan con respeto y se dan la mano. Entre ellos hay una pelota. Hubo un partido de fútbol. Eran hombres simples que solo querían disfrutar la vida, hacer amigos. Pero estaban de enemigos, sin saber muy bien por qué. Habían sido llevados a destrozarse entre sí por la estupidez de sus gobiernos. A pesar de todo, se regalaron unas horas de paz. Después, la guerra continuó. Millones morirían por unos metros de tierra podrida en una de las guerras más sangrientas y más absurdas de la historia.

Nosotros andamos en otras guerras. Una es contra la economía informal. No contra los ambulantes que huyen de vigilantes municipales, sino contra el narcotráfico y la minería ilegal. Tienen dinero para sobornar a la autoridad de turno, así gobiernan sin ganar elecciones. Han prosperado tanto que luchan entre ellos. En junio se enfrentaron por el control de yacimientos en Atico, Arequipa. Sin policías en medio, fue una batalla pura entre bandas criminales; murieron 12 y otros 12 están desaparecidos. Miremos las experiencias de los carteles de drogas para ver cuán miserable puede ser ese futuro. Para peor, en muchas zonas del país esta economía criminal es la única que genera empleo. Como con el hambre no se juega, ese mecanismo genera lealtades.

Las protestas sociales, sin embargo, son otra guerra. Para entenderlas, hay que mirar más allá del financiamiento criminal que reciben. Este siglo nació con la promesa de la transición democrática. La riqueza temporal del boom de los precios de los minerales llevó a que en 2012 el 52% de la población estuviese satisfecha con la democracia. Ahora se ha reducido a 17%. Por eso, pese a toda la evidencia de que el golpe de Estado es otro acto criminal, más del 50% de la población lo apoya.

También hay un desprestigio total en las instituciones. No solo el Congreso (80%), sino también el Poder Judicial (66%), el Tribunal Constitucional (62%), la Fiscalía de la Nación (61%) y los medios de comunicación (58%). Por eso, el 71% está en desacuerdo con que Dina Boluarte haya asumido la presidencia (datos de Ipsos - IEP).

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¿Cómo entender estas encuestas? El siglo empezó con grandes promesas. La regionalización, para descentralizar la gestión pública, que se convirtió en un nido de corrupción. La participación popular, para que se beneficien de la explotación de recursos naturales, que se ahogó en medio de protestas ecológicas sin inteligencia para resolverlas. Y el equilibrio de poderes, para mejorar gestión pública, que se convirtió en un concurso de vanidades y de intereses mezquinos.

Esta frustración por no tener Estado para cuando hace falta, como en la pandemia, es la que está detrás de tanta protesta. La frustración es mayor en el centro y en el sur del país. Allí también está la mayor cantidad de muertos y heridos.

Para que después de esta tregua por Navidad no continúe la guerra, hay que descubrir que detrás de cada enemigo aparente hay un ciudadano igual a nosotros. Pero, claro, para eso hay que convencerlo de salir de su trinchera y garantizarle que lo entiendes, que juntos ignoremos a los halcones que lucran con la guerra, y que juntos se puede imaginar una sociedad mejor. Ese es el espíritu de la Navidad. Aprovecharlo.

Un abrazo, feliz Navidad.

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Walter Gutiérrez