(Foto: Jorge Cerdán/@photo.gec)
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La coyuntura política nos tiene a todos distraídos en cómo y cuándo nos deshacemos del peor Gobierno que hayamos tenido en la historia republicana reciente, descuidando indicadores muy relevantes como el del empleo y, por ende, de los ingresos de los peruanos.

Esta semana, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) informó que, si bien el empleo se ha recuperado en el último año, es el trabajo informal el que más ha crecido. El empleo formal está cayendo en las zonas urbanas y el subempleo sube, contribuyendo a la precarización de la mano de obra.

El hecho de que se esté reduciendo la creación de empleo formal es un efecto del hecho de que se está reduciendo la inversión a todo nivel: no solo la gran minería como consecuencia de los conflictos que el Gobierno no ha sabido manejar, sino de la mediana y pequeña empresa que proporcionalmente insumen más mano de obra, pero que está muy cauta por las señales negativas que vienen del Ejecutivo.

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Lo anterior grafica lo absurdo de la vehemente idea del Ministerio de Trabajo de imponer el Código de Trabajo o la prohibición de la tercerización laboral, que impone más rigideces al trabajo formal alentando la informalidad y el subempleo.

El empleo y los ingresos de los peruanos es al final un reflejo del éxito de una administración. Es lo que nos permite a los peruanos sostener a nuestras familias.

El incremento de los ingresos ha sido uno de los logros de la política económica de las últimas décadas y que ha empezado a revertirse. Podemos discutir las formas de repartir este ingreso más equitativamente, pero sin él no es posible repartir nada y menos pensar en un desarrollo sostenible. La calidad de vida de los peruanos está en juego.

Lea mañana a: Juan Stoessel

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