Jacinda quizá prefiera no arriesgar su legado y posible potencial de un eventual regreso a la política en el futuro. Se puede ser honrada y a la vez ser astuta, como esta lideresa, señala la columnista. (Foto: AFP)
Jacinda quizá prefiera no arriesgar su legado y posible potencial de un eventual regreso a la política en el futuro. Se puede ser honrada y a la vez ser astuta, como esta lideresa, señala la columnista. (Foto: AFP)

En 2017, la laborista Jacinda Ardern, con tan solo 37 años, se convirtió en la tercera primer ministra de Nueva Zelanda. El gobierno de Ardern se caracterizó por lidiar, exitosamente, con graves crisis: el ataque terrorista a dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, en 2019, perpetrado por un terrorista de extrema derecha que provocó decenas de muertos y heridos, cuestión que le permitió presentar a Jacinda un plan para restringir la venta de armas, aprobada por el Parlamento.

El mismo año gestionó el rescate de 25 personas de la isla de Whakaari tras la explosión de un volcán, aunque 22 fallecieron. La gobernante, demostrando gran sensibilidad, se apersonó a consolar a cada uno de los familiares de las víctimas, cuestión que hizo a los medios utilizar la expresión “el estilo Jacinda” por su forma de mostrar empatía y por sus discursos plenos de emoción.

Luego vino el COVID-19, el cual manejó de manera draconiana con confinamientos y cierres de fronteras, los que flexibilizó gradualmente, y logró que Nueva Zelanda fuese uno de los países con menos muertes por la pandemia y que más rápido se declaró libre de la enfermedad.

El anuncio de Jacinda, en enero, de renunciar a su cargo porque “no se siente con la energía de buscar la reelección en octubre” cayó como una sorpresa a nivel mundial, pero a la vez es un viento de aire fresco en un mundo plagado de dirigentes mediocres que ponen en peligro a sus países por aferrarse a un cargo.

Varios analistas coinciden en que la popularidad de su gobierno ha bajado mucho porque, entre las emergencias que tuvo que enfrentar y el nacimiento de una hija al año de asumir el cargo, no le permitieron tener el tiempo y el presupuesto para promover sus promesas de mediano plazo: reducción de desigualdad, crisis habitacional y disminución de pobreza infantil. Por eso Jacinda quizá prefiera no arriesgar su legado y posible potencial de un eventual regreso a la política en el futuro. Se puede ser honrada y a la vez ser astuta, como esta lideresa.