Pocos presidentes electos han tenido que juramentar al cargo en una situación de crisis extrema como Joe Biden, señala el columnista.
Pocos presidentes electos han tenido que juramentar al cargo en una situación de crisis extrema como Joe Biden, señala el columnista.

Antes de la toma de posesión de Abraham Lincoln, el 4 de marzo de 1861, algunos estados del sur esclavista de Estados Unidos advirtieron que se separarían de la unión de estados de América del Norte si el nuevo mandatario cumplía su promesa de emancipación de esclavos en los estados de oeste que se integrarían al país. Lincoln no cedió al chantaje y unos meses después estalló la sangrienta guerra civil que culminó poco antes de asumir su segundo mandato dejando como legado la enmienda 13 que abolió la esclavitud otorgando igualdad ante la ley, incluyendo al voto, a los exesclavos.

Desde entonces, pocos presidentes electos han tenido que juramentar al cargo en una situación de crisis extrema como Joe Biden, quizás con la excepción de Franklin D. Roosevelt en su primer gobierno ante la Gran Depresión de 1929 y él mismo en su segunda reelección en 1940 en plena II Guerra Mundial. Biden y Kamala Harris reciben un país debilitado institucionalmente y muy desorganizado en el gobierno central hasta el punto de no haber logrado el objetivo de hacer llegar la vacuna contra el COVID-19 en cantidades suficientes para comenzar a detener la altísima tasa de contagio y mortalidad en el país.

Trump le lega una sociedad muy polarizada políticamente y con grupos radicales de extrema derecha e izquierda que ponen en peligro la difícil coexistencia racial, religiosa y étnica que EE.UU. logró luego desde la conquista de los derechos civiles en las décadas de 1950 y 1960, y un empoderamiento de los racistas a niveles que parecían superados cuando Obama fue electo a la Presidencia.

El simbolismo del gabinete multiétnico, multirracial y de paridad de géneros que armó Biden es importante pero su gobierno necesita ser aceleradamente eficiente, conciliador y, sobre todo, requiere de congresistas y senadores que no jueguen a sus intereses políticos sino al de toda la sociedad sin banderas ideológicas ni personales para desacelerar la decadencia de la potencia americana.