Una vez más, el sur peruano es azotado por fuertes lluvias que, de suceder en otro país, difícilmente producirían algún tipo de daño material. Pero en Perú no es así, una lluvia de mediana intensidad puede paralizar ciudades enteras y causar inundaciones, o incluso muertes. Aquello se debe a la improvisación y a la corrupción de las autoridades que están a cargo de la mayoría de provincias y departamentos del país.

En las últimas semanas se han difundido videos de Arequipa, Cusco y Tacna, lugares donde las calles se convirtieron en ríos que arrasaron todo lo que se encontraba a su paso. Pero, ¿cómo es posible que las pistas de aquellas ciudades no cuenten con drenajes fluviales, o incluso que ni siquiera tengan la curvatura adecuada para que el agua no se estanque en la mitad del asfalto? Es como si todos los años, llegado abril, los alcaldes y gobernadores olvidan que sus ciudades acaban de ser arrasadas y reconstruyen las mismas obras deficientes.

El problema de aquellas autoridades es que son esclavas de lo inmediato y prefieren construir pistas o puentes mal hechos, pero rápido, para que lleven una placa con su nombre, a empezar una obra de calidad que posiblemente sea culminada por su sucesor. Son adictos al ‘yo lo hice’. Todo ello sin mencionar obras con presupuestos inflados, licitaciones ganadas por empresas que no cumplen los requisitos, o copamiento de puestos municipales y regionales por familiares o amigos del alcalde o gobernador.

Así funcionan las provincias, donde no hay trámite sin coima; donde pareciera que la Edad Media sigue vigente y los alcaldes y gobernadores son los señores feudales que no rinden cuentas a nadie.

Basta de culpar a las lluvias; lo sucedido en provincias no ha sido causado por semanas de lluvias, sino por años de improvisación y corrupción.



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