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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Sergio nunca salió al patio del colegio a jugar como todos los demás niños de primaria. Le decían "mariquita" y, cuando se podía, lo empujaban, lo encerraban en el baño, lo perseguían para insultarlo y, si se le ocurría contestar, le pegaban. Sergio tenía un hermano mayor que lo defendía cuando podía, pero que también era un niño.

Quien osara defender a Sergio se convertía automáticamente en su "enamorado" y era sometido a las mismas vejaciones de las que Sergio no podía escapar a la hora de entrar o de salir. Temprano, los baños y los salones estaban cerrados y por la tarde no quedaba más remedio que acercarse a la puerta atravesando el patio. "Tenía terror de llegar y de irme, hasta me hice la pila de miedo en el pantalón", me confesó un día.

Roberto debió hacerse amigo de las niñas porque solo ellas podían protegerlo: pegarle a una niña era tabú. Le puedes pegar al cabrito del salón, pero a las niñas no, eso es de "maricones". Ese código no apareció así no más: nos lo enseñaron las propias profesoras. La violencia contra Sergio, un niño de 7 años más pequeño que sus compañeros, se normalizaba diciendo "así son los niños". "Así son los niños" les costó a Sergio y a innumerables niños miles de horas de torturas inconfesables porque, ¿qué niño de 7 años le cuenta a su papá que los demás niños lo golpean por marica? La soledad que provoca una circunstancia como esa es algo con lo que ningún niño debería cargar.

Roberto es un sobreviviente. Pero hay miles que no llegaron a mi edad. Porque no hubo nadie que les dijera a los demás niños que no estaba mal que Sergio caminara raro porque usaba fierros en las piernas.