Los violentos paros en el corredor minero y en la zona cocalera de Puno, que tanto perjudica a Madre de Dios, vienen afectando a innumerables ciudadanos que ven bloqueadas las vías por donde transitan sin poder desplazarse libremente o sin poder trasladar sus productos. Ayer, le costó un ojo a una enfermera que trataba de movilizarse de un distrito a otro.

En el caso de los cocaleros, estos se ven evidentemente alentados desde el propio Gobierno, pues en el gabinete tienen ya a un ministro que puso el pecho contra la erradicación de los cultivos ilegales, que, como es sabido, van en más del 90% directo y sin mayores escalas al narcotráfico, y a un congresista figureti, Guillermo Bermejo, que, al tiempo que repite las mismas monsergas contra las políticas antidrogas, funge de nexo entre estos agricultores y el poder Ejecutivo.

En el caso del corredor minero, la reanudación del conflicto social tiene un único culpable: el defenestrado Guido Bellido, quien demostró que lo suyo era solo matonería, blablablá ideológico y show expropiador, pues no logró solucionar ninguno de los reclamos de las comunidades anexas al corredor minero, que ya se venían gestando desde hace buen tiempo, ni siquiera el de su natal Chumbivilcas. No en vano algunos observadores señalaron en su momento que el expremier jamás tuvo una voluntad real de desactivar los polvorines sociales que se le venían al gobierno.

Si se mantiene esa actitud –sea por incapacidad o interés subalterno–, los conflictos a no dudarlo se multiplicarán, como el de los transportistas, y podrían desbordarse, añadiendo más zozobra e incertidumbre en el país, aparte de los consabidos hechos de violencia y sus previsibles víctimas.

Antes de enfundarse su fotogénico sombrero, el gobierno de Pedro Castillo debería, primero, ponerse los pantalones, pues es inadmisible que el Estado de derecho en el país se ponga en riesgo con secuestros de choferes y actos vandálicos contra las personas, la propiedad pública y privada, como viene ocurriendo, por ejemplo, entre Puno y Madre de Dios, donde más que voluntad de diálogo lo que hay es un monólogo altisonante contra un mutis del Ejecutivo.

Si el presidente no termina de entender lo que el principio de autoridad es a la democracia, es que, en verdad, no ha entendido nada de lo que significa gobernar.

TAGS RELACIONADOS