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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Desde 1982 la izquierda peruana no ganaba una elección importante. En el 2010 Susana Villarán logró el anhelo esperado por el progresismo local: volver a la gestión pública para demostrar que "otro mundo es posible". A fin de este mes termina dicha administración y ni siquiera el incentivo de la reelección (frustrada) logró enmendarle el rumbo a un gobierno a la deriva. Al final, la improvisación venció a la esperanza y Villarán se consagró como el fiasco del 2014.

Objetivamente Lima es peor ciudad que la que recibió la aún alcaldesa. Su gobierno no detuvo la inercia de una capital sin planificación. Su izquierdismo –para hablar en términos marxistas– solo fue de "superestructura". Me explico: discurso inclusivo, políticas culturales plurales, recuperación de espacios públicos. En suma, lo mejor que podría salir de mentes oenegeras, pero insuficiente para una metrópoli acosada por la informalidad y la inseguridad.

Lo peor de todo es la ausencia de un sincero mea culpa. Villarán se retira –sospecho– satisfecha, culpando a sus opositores –¿qué político no los tiene?– de sus propias falencias. Intuyo que para ella el limeño promedio está "capturado" (sic) por mafias de choferes de combi y mayoristas inescrupulosos. Se retirará de la Plaza Mayor creyendo que los limeños no la supimos "comprender" (sic), que no estábamos a la altura de su propuesta.

Una viñeta de la vida cotidiana de la ciudad ejemplifica el rechazo popular hacia Villarán. Hace un año, a estas alturas, el serenazgo limeño realizaba operativos para decomisar muñecos de la alcaldesa, de esos que se queman para despedir el Año Viejo. Hoy, según Datum, solo el 4% la elegiría para incinerar el 2014. Ni siquiera para eso. Prueba de un retiro sin pena ni gloria.