Joaquín Ramírez. (PikoTamashiro/Perú21)
Joaquín Ramírez. (PikoTamashiro/Perú21)

¿De qué depende que alguien se corrompa? ¿De la oportunidad? Eso equivale a afirmar que todos tenemos un precio; que, si el número que nos ponen delante es lo suficientemente atractivo, todos los principios, valores y normas éticas y morales por los cuales nos decimos a nosotros mismos –y a los demás– que guiamos nuestras vidas y decisiones son mero disfraz, no valen nada.

Entonces, ¿echarle la culpa al sistema de la corrupción, al sistema político o económico, a la Constitución –o al neoliberalismo, como hace la izquierda– tiene sentido? Si usted se niega a robar, no lo hará nunca, ni en medio de un mar de gente ni si está solito y nadie lo está mirando.

En un sistema basado en la acumulación de bienes y la obtención de renta por sobre todos los valores o cualquier otra consideración, sobre el medio ambiente, sobre la salud, integridad o la vida de los semejantes, ¿qué valores inspira entre las personas que viven en él? ¿Solidaridad, honradez?

Un sistema que discrimina por ingreso y por patrimonio, que explota la imagen y persigue la atención en lo que se puede comprar y vender como el fin de la existencia, ¿qué les dice a sus ciudadanos? ¿Qué promueve? ¿Solidaridad y fraternidad? ¿Procura empatía, compasión y desprendimiento? ¿Qué aprenden a desear y a aspirar las personas que viven en un sistema así?

Cierto, en última instancia, el problema son las personas. Pero lamentar, por ejemplo, la frivolización de una generación que ha crecido viendo en la frivolidad la clave del éxito es idiota.

Siempre habrá bribones: en democracia, dictadura, socialismo, liberalismo puro y todas sus variantes. Pero no estaría mal preguntarnos qué es lo que alienta a personas como Lelio Balarezo a delinquir teniéndolo todo. Y por qué podemos esperar próximos Joaquín Ramírez.

TAGS RELACIONADOS