No todo fue en el mismo lugar, ni al mismo tiempo y se ha traslado en parte o mucho a culturas y naciones diversas, señala el columnista.
No todo fue en el mismo lugar, ni al mismo tiempo y se ha traslado en parte o mucho a culturas y naciones diversas, señala el columnista.

¿Qué las caracteriza? Una combinación de rasgos que fueron emergiendo alrededor del año 1000 de nuestra era. Fascinante interacción entre la geografía, la economía, la cultura, la religión y la psicología.

Los fragmentos del Imperio romano en su parte occidental con identidades distintas en competencia permanente pero unidas por el cristianismo. La lucha de las instituciones eclesiales por desterrar la poligamia y reducir los matrimonios entre familiares. El debilitamiento de las lógicas tribales basadas en vínculos de sangre en los productores de riqueza y conocimiento. Las asociaciones voluntarias y meritocráticas —órdenes monásticas, universidades, gremios, ciudades— que competían por manos y cerebros que circulaban más o menos libremente.

Sobre el anterior fondo, la revolución protestante puso en primer plano la alfabetización, el individuo como agente independiente de jerarquías, la innovación liberada del sometimiento a la tradición, el pensamiento analítico, la importancia del mundo interno, la regulación de impulsos, la inversión en el largo plazo, la universalidad de leyes, principios y derechos, la primacía de los contratos, los mercados impersonales y las formas representativas de gobierno.

Obviamente, no todo fue en el mismo lugar, ni al mismo tiempo y se ha trasladado en parte o mucho a culturas y naciones diversas. Pero una de las condiciones más importantes es la confianza con la que se conducen las relaciones entre personas que no se conocen, que no son “hermanitos”, que no pertenecen al grupo inmediato. Hasta prueba de lo contrario, puedo hacer negocios, en el sentido más amplio de la palabra, con un extraño, asumo que ambos podemos ganar.