Trazar una agenda consensuada en los tiempos que corren es pedirle peras al olmo. Vizcarra ha llegado a un punto de no retorno.
Trazar una agenda consensuada en los tiempos que corren es pedirle peras al olmo. Vizcarra ha llegado a un punto de no retorno.

Redacción PERÚ21

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Martín Vizcarra nunca pudo esconder su disconformidad con Pedro Olaechea. Cuando la candidatura de Salaverry no prosperó para la presidencia del Congreso, Vizcarra demostró ser mal perdedor; el saludo protocolar que debió de extenderle a Olaechea, tras su elección, demoró.

Después, cuando Olaechea buscó trazar una “agenda” con el presidente Vizcarra luego de reiteradas invitaciones, el presidente finalmente aceptó el encuentro, pero lo hizo a través de un medio de comunicación y no formalmente como correspondía.

Trazar una agenda consensuada en los tiempos que corren es pedirle peras al olmo. Vizcarra ha llegado a un punto de no retorno, ha colocado una apuesta sustancial para ahora tirarse atrás, su presidencia, o lo que queda de ella, se alimenta de una actitud de confrontación. Si la propuesta de adelanto de elecciones le sirvió para salir decoroso de la disyuntiva en la que se había zambullido, tras impulsar una narrativa de cierre del Congreso, ahora su estrategia por un tiempo previsible recae en una de resiliencia y de presión.

Si el presidente diera su brazo a torcer y retrocediera en su plan de adelanto de elecciones, aquello solo pintaría a un jefe de Estado confuso y ambivalente, dispuesto a pactar con tal de llevar la fiesta en paz, todo lo contrario en lo que se ha basado su presidencia hasta ahora y lo que le ha granjeado un envidiable nivel de aprobación.

Por otro lado, no es de esperar que Olaechea salga de la reunión con la cabeza gacha y dispuesto a promover el plan del presidente Vizcarra. Aquello iría en contra de su discurso de defender la constitución a toda costa, que no ha sido nada más que una advertencia al presidente Vizcarra de no interrumpir el orden constitucional.

De igual forma, el presidente del Congreso en las últimas semanas se ha encargado, de una manera muy sutil, de llamar la atención al presidente por la percepción generalizada de que éste no gobierna sino que anda más preocupado en promover entre la población su iniciativa de adelanto de elecciones. Donde, dicho sea de paso, Vizcarra se siente muy cómodo dejando una pausa entre sus intervenciones para oír los vítores y reclamos de “¡cierre el Congreso, presidente!”.

¿Entonces qué podremos esperar de este encuentro? Más allá del discurso posterior frente a cámaras, donde se dirán medias verdades o medias mentiras— dependiendo de cómo se quiera entender—, tanto Vizcarra como Olaechea habrán tenido la oportunidad, por lo menos de manera privada, de sopesar la situación y ajustar sus discursos. En definitiva, el status quo, y con suerte a lo mejor la posibilidad de concretar un encuentro adicional más adelante, pero nada más.

No obstante, la actitud últimamente presidencialista de Olaechea hace prever que, sirviéndose de esta cita, aproveche para fomentar una actitud conciliadora y de patrocinio en cuestiones netamente de gobierno, especialmente en el campo económico y minero que últimamente han estado en el ojo de la tormenta. Algo parecido a la actitud que mostró Alan García hacía Humala cuando las intrigas palaciegas y chismes conyugales de éste último, dictaban la agenda nacional y no las políticas públicas como debía de haber sido

Eso no quiere decir necesariamente que el presidente Vizcarra no sepa gobernar o no lleve bien las riendas de sus administración pero, al poner toda sus fichas y empeño en este adelanto de elecciones —que no servirá de tracción para siempre—, el presidente ha nublado la oportunidad de encender otros motores con los que impeler su presidencia y así llenar de vitalidad a su gabinete y agenda. Todo parece indicar que en este diálogo no habrán ganadores ni perdedores, solamente percepciones y mucha pompa.