Desde la panza del lobo
Desde la panza del lobo

En la primera parte del cuento, el Lobo Feroz se come a la Abuelita y se hace pasar por ella. ¿Por qué estás tan diferente, Abuelita?, pregunta Caperucita. El Lobo la seduce: si las orejas eran más grandes, era para oírte mejor; si los ojos eran más grandes, era para verte mejor, y si la boca era más grande, era para comerte mejor.

Fue la astucia del Lobo, no su fuerza, la que venció a Caperucita. Es lo que nos ha pasado con el Gasoducto Sur Peruano (GSP), concesionado a un consorcio liderado por Odebrecht. Superaba los 7 mil millones de dólares. Un mundo de plata.

Debimos poner pienso y cuidados; en cambio, fuimos improvisados o deliberadamente negligentes.

Mire usted. El GSP se propone cuando no se sabía si había reservas de gas suficientes. Primero se diseña un ducto, luego se duplica su capacidad y al final se agrega otro. El costo del proyecto se multiplica. Para que sea viable, el Estado garantiza un mínimo de ingresos, pero su valor se eleva porque el precio internacional del gas baja.

Odebrecht empieza a ser juzgado por corrupción y resolver el contrato es una opción. Odebrecht encuentra comprador, pero la oferta se cae, culpa al Estado por no firmar su garantía. Discuten: el Estado quiere ajustar la garantía y el consorcio mayor plazo para acreditar capacidad financiera.

Vence el plazo y el Estado resuelve el contrato. Odebrecht ofrece colaborar en las investigaciones por corrupción, pero los fiscales no incluyen compromisos sobre GSP. Esa ventana permite que Odebrecht inicie un arbitraje internacional para reclamar una indemnización billonaria. Los fiscales dicen que el suelo está parejo, que no pasa nada.

Pero sí pasa: los actores tienen muchísima responsabilidad. Humala promovió el proyecto bajo la sospecha de coimas de Odebrecht. Kuczynski promovió la resolución del contrato porque temía que se supiera que Odebrecht le había pagado honorarios mientras fue ministro.

Los fiscales querían pruebas contra políticos, pero olvidaron exigir a Odebrecht su renuncia a cualquier reclamo contra el Estado. Estos actores privilegiaron su afán particular, descuidaron el interés público, o no lo vieron, o no les importó.

La corrupción nos ha costado dinero y dignidad, el arbitraje agrega burla. Para ganarlo queda, como al final del cuento, que un leñador despanzurre al Lobo Feroz y rescate con vida a la Abuelita y a la Caperucita.

Sin embargo, aunque no lo crea, es posible: el Perú suele ganar sus arbitrajes internacionales. Eso esperamos. Pero qué manera de complicarnos la vida.

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