Groserías
Groserías

En los últimos días, varios lectores me escribieron acerca del uso de lenguaje poco apropiado que se ve con mayor frecuencia en algunos medios de comunicación y expresaron su sorpresa de que el empleo de expresiones soeces fuera cada vez más aceptado o tolerado en diversos programas y publicaciones.

Pero lo que me preocupó fue cuando me dijeron que no les parece aceptable que ello se diera en un medio como Perú21. Hecha la revisión, los comentarios de lectores como Gabriela García Calderón, Jaime Pinillos o Carlos Gainza se referían a expresiones que se usaban en los espacios de los columnistas y no así en la información elaborada por los periodistas del diario.

El diccionario de la RAE define grosería como descortesía, falta grande de atención y respeto; tosquedad. Soez es algo bajo, grosero, indigno y vil. Lisura como acción grosera e irrespetuosa, atrevimiento y desparpajo, pero en el caso del Perú también se define como gracia y donaire (pensemos en “La flor de la canela”, de la gran autora Chabuca Granda).

Existe, además, la figura de la coprolalia, una palabra de origen francés que a su vez remite a dos vocablos griegos que significan respectivamente excremento y habla, y que denomina a la tendencia patológica a proferir obscenidades.

La verdad es que editores, reporteros y redactores son muy cuidadosos para no usar un lenguaje que, por más coloquial que sea, no es propio de un medio periodístico serio o de referencia. Claro que ello no es una norma rígida y, con el paso del tiempo, hay expresiones que, justificadas por el contexto, pueden usarse cuando en otra época podrían haber resultado inadmisibles.

Por ejemplo, ayer, en la entrevista al catedrático Julio Hevia, este responde, a la última pregunta de Mijail Palacios sobre qué pasará si no vamos al Mundial de Fútbol de Rusia, que “el Perú hace tiempo reclama entereza o, en clave más gruesa: huevos. Este equipo los tiene”. Considero que en ese caso la expresión está bien puesta. No hay nada objetable dado el contexto de la entrevista. Además, es una expresión que no se explotó con un fin sensacionalista.

De vez en cuando no faltan incidentes en los que se profiere algún insulto. Desde siempre las ‘boquitas de caramelo’ en muchos casos lo hacen para llamar la atención y generar titulares. Hace años la discusión en las redacciones era si contábamos lo que exactamente dijeron o si escribíamos textualmente las palabras empleadas, mientras que en audio y video se evaluaba poner en edición el famoso pitito de censurado.

En abril de 1993, una de las cosas más discutidas en las salas de noticias sobre este tema debe haber sido cuando el economista Hernando de Soto llamó hijo de puta a Mario Vargas Llosa durante un programa de TV en vivo porque el escritor y ex candidato había pedido sanciones económicas para el país.

Usar una palabra fuerte en un texto requiere arte, sentido de la proporción y de la necesidad de la expresión. No todos tienen el talento ni el historial para hacer gala de ello.

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