Ántero Flores-Aráoz y Manuel Merino
Ántero Flores-Aráoz y Manuel Merino

No es casualidad que, entre el Baguazo, que marcó la década anterior, y lo ocurrido el sábado, que será un hito trágico en nuestra historia, exista un denominador común: Ántero Flores-Aráoz. El representante más notorio de la vieja casta política, acostumbrada a imponerse a la prepo y tratar al país como su patio trasero, ha terminado siendo el hilo conductor de una generación de políticos que debería haberse jubilado hace rato para dar paso a un espíritu distinto: el de la Generación Bicentenario.

Entre los perdigones y la brutal represión que cobró vidas en las marchas de los últimos días, surge una imagen poderosa: una generación que se autoconvoca, sin jerarquías ni consignas ni liderazgos únicos, activada por el hartazgo, pero canalizada por la esperanza. Son jóvenes de menos de 30 años que tienen un lenguaje distinto al que solía predominar en las marchas del pasado, menos encorsetado y adoctrinado. Puede que no tengan el mensaje político estructurado y afilado que da la militancia, pero a su manera reivindican la legalidad y la justicia en términos que van mucho más allá de izquierdas y derechas. Hay un civismo en ellos que había sido relegado en la dinámica normalizada por los gobiernos, partidos y medios.

Merino, Gato fiero y su pandilla han estado tan acostumbrados a moverse en su burbuja, y a ser aplaudidos dentro de ella, que no se dieron cuenta del error histórico que estaban cometiendo al darle la espalda a esa generación. Por eso, esta también es una oportunidad para apuntar la placa de todos los congresistas y sus jefes que llevaron a Merino ilegítimamente al poder, así como la de periodistas y opinólogos que justificaron el golpe y pretendieron darle un manto de legalidad a pesar de su ilegitimidad, pero que ahora buscan tomar distancia. Ya es demasiado tarde. Los golpes se denuncian cuando ocurren, no cuando se caen.

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