Un club privado. (USI)
Un club privado. (USI)

Hace unos días, una emprendedora fue despojada de su capital de trabajo por el Serenazgo. María había utilizado lo poco que tenía para comprar naranjas que trasladaba por el centro de la ciudad en un carrito. A su lado caminaba su hijo de 10 años, cuando fueron intervenidos por seis serenazgos que a la fuerza les arrancharon el carrito y las naranjas. María se dedicaba a vender jugo recién hecho por las calles del centro. El serenazgo filmaba el decomiso, mientras el llanto y la desesperación del hijo de María se grababan en quienes vimos el video. La pobreza y la exclusión en el Perú son una realidad que no alcanza a los sectores formales de la sociedad que se mueven entre San Isidro, Miraflores, Surco y La Molina. A María, las leyes peruanas le impidieron comer ese día. Perdió todo su capital de trabajo. Todo lo que tenía invertido para generar ingresos para ese día y los días siguientes. En el Perú pobre, se vive al día.

Hace unos años, una escena parecida al otro lado del mundo fue el detonante de la primavera árabe. Mohamed Bouazizi, un comerciante de fruta en Túnez, harto del abuso de los oficiales municipales y luego del decomiso de su puesto de frutas, se inmolo prendiéndose fuego. La escena parece lejana y exagerada, pero la pobreza y la exclusión generan desesperación.

El 21% de la población peruana vive debajo de la línea de la pobreza. Una línea poco real. Todo aquel que gane más de S/328 al mes por persona es considerado no pobre. Una familia de cinco debe ganar S/1,640 para estar considerada fuera de la pobreza. La realidad nos muestra que la medición de la pobreza monetaria no alcanza para entender la falta de necesidades básicas que tienen estas poblaciones. Desde la falta de acceso a servicios de educación, salud y nutrición, acceso a una vivienda, a la posibilidad de tener un trabajo bien remunerado, a la justicia. Uno de cada cinco peruanos vive en pobreza. Y tres de cada cuatro trabajadores lo hace en la informalidad.

Tenemos instituciones económicas excluyentes y rentistas. No tenemos derechos de propiedad correctamente asignados que sean capaces de generar capital. Los sectores informales están excluidos, no tienen derechos de propiedad, seguridad jurídica ni acceso al crédito. Y los costos de transacción para acceder a la formalidad la hacen prohibitiva.

La exclusión del sistema formal hace del capitalismo, como sostiene De Soto, un club privado. Sistemas excluyentes como este tienden a generar líderes antisistema.