Que el Estado entienda que el respeto a la propiedad se remonta a una etapa muy antigua de la civilización, señala el columnista.
Que el Estado entienda que el respeto a la propiedad se remonta a una etapa muy antigua de la civilización, señala el columnista.

A las cobranzas del Estado, plagadas de sinrazasíón, impuestos insoportables y multas y contingencias colosales, como pérfidos ataques a los contribuyentes, siguen, a todo meter: obsceno crecimiento en las planillas del Estado; incapacidad de gasto en todas las esferas de Gobierno; devoluciones sucesivas de presupuestos anuales y, cuando los gastan, robos vía cópulas hediondas del Estado con sus proveedores, todos estrellados en la cara de los mismos contribuyentes para después volver, en un eterno retorno, a esas cobranzas sin propósito ni ética.

Que el Estado entienda que el respeto a la propiedad se remonta a una etapa muy antigua de la civilización, en la que se grabó en piedra los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, entregados por Moisés hace 3 mil o 3 mil 500 años y que uno de sus preceptos es “No robarás”, para aceptar, con esa misma rotundez, que hay propiedad privada, porque de alguien es lo que se quiere robar y los que no lo tienen no deben obtenerlo a través del robo. Que les cuenten que ese es el comienzo universal del respeto a la propiedad y, esa, la base fundamental de la organización en sociedad.

Pareciera que el propósito de Sunat u Osinergmin fuera el de Marx y Engels de 1848 y que todo su programa se resumiera en la abolición de la propiedad, la recusación permanente de la justicia productiva y la abominación de la libertad e iniciativa privadas.

Habrá que hacerles entender que, en ciencia política, el monopolio de la fuerza del Estado es para proteger a los ciudadanos, no para convertirlos en súbditos pagadores a un Estado cleptocrático que masacra la ética y al que no hemos sido capaces de ponerle límites, frenos e instituciones. Urge hacerlo.

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