China lidia una guerra comercial contra Estados Unidos. (Foto: AFP)
China lidia una guerra comercial contra Estados Unidos. (Foto: AFP)

No era inusual, durante mi época universitaria, escuchar por parte de algún profesor o compañero liberal narrar con pasión el milagro económico chino. Barajaban estadísticas, informes y exaltaban las reformas de corte capitalista y a menudo también, aunque pocas veces, acompañaban sus lecciones con gráficos abigarrados y textos de historiadores duchos en la materia.

No les faltaba razón para ser tan pasionales y fervientes pues, el caso de China, puede que sea el mejor ejemplo para plasmar los resultados de la implementación de políticas capitalistas y de libre mercado en un país que, a principios de los ochenta, poco interés levantaba entre los inversionistas y en el campo geopolítico.

Pero cuando mis colegas eran inquiridos por la ausencia de democracia en el país asiático y el hecho que estuviera controlado de facto por un Estado totalitario de corte comunista, genocida y con serios cuestionamientos de violación de derechos humanos, sus estadísticas y libros quedaban obsoletos; los gráficos y datos económicos no son barómetros para medir la libertad.

No creo pecar de exagerado cuando argumento que Occidente es el principal culpable de todas las indulgencias y mimos que durante décadas ha concedido a China. Con la esperanza de que las reformas de libre mercado horadaran de democracia el régimen comunista, Estados Unidos y Europa han engendrado la amenaza más latente para nuestras democracias.

Las élites políticas consintieron a las empresariales, a sabiendas de que China iba en contra de todos los principios morales e ideológicos de Occidente -libertades individuales, democracia, libertad de prensa, estado de derecho, justicia imparcial, etc.- y dejaron rienda libre sin condiciones para la integración económica, sellando una simbiosis difícil ahora de desgajar.

Un país como el Perú no puede condicionar su economía, que depende mayoritariamente de China, por un presupuesto ideológico. Sería condenar nuestro mortecino crecimiento a un desplome calamitoso, y abandonar a su suerte a los más pobres de nuestra nación.

Estamos supeditados a un gigante despótico, que va en contra de nuestro principios democráticos y fundacionales, y poco podemos hacer para contrarrestar el poder de subordinación económica que ejerce. Si emitiéramos una protesta contra las violaciones de derechos humanos que comete China nos dejarían de comprar cobre, y se acabó.

Odien o amen al hombre, la administración de Trump ha entendido el peligro que la expansión vírica de China representa para sus intereses y por lo tanto para los nuestros. China estrenó su primera base militar extranjera en Dijibouti en el Cuerno de África hace pocos años y proyecta la construcción de otras más, para proteger su mayor inversión hasta la fecha: La Iniciativa de la Franja y la Ruta o Belt and Road Initiative por sus siglas en ingles.

Se trata de un paquete de proyectos de infraestructura, que correrán desde Asia hasta Europa, para asegurar sus mercados y los flujos comerciales a un coste estimado de más de un billón de dólares. Como sería de esperar, aquello le conferirá a China un poder geopolítico considerable y su rol en el campo internacional cobrará mayor peso.

Por supuesto, nada de esto sería preocupante si China enarbolara la democracia y las libertades individuales, después de todo, Estados Unidos tampoco ha sido un tutor hegemónico inmaculado, pero ciertamente hay una diferencia entre las dos potencias. Es hora de ajustar las tuercas y tomarle cuentas a China por su crecimiento despiadado y poco acorde con las reglas internacionales.

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