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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi,Opina.21glombardi@peru21.com

En el Perú de hoy se ha hecho costumbre culpar a otros de nuestros propios errores y miserias. La oposición política, el gobierno anterior, la deslealtad de los otros, la infidelidad ajena. Cualquier motivo es bueno para evitarnos el penoso trabajo de la autocrítica que nos permitiría detenernos en la inconveniencia de nuestras acciones para intentar repararlas. Así, la inseguridad ciudadana es "solo una percepción" y –cuando innumerables homicidios, asaltos a restaurantes y buses interprovinciales, hacen insostenible la peregrina tesis– se recurre a otra aún peor: "Es el resultado del crecimiento económico".

Ese estilo llega al paroxismo cuando, para justificar la indebida injerencia del Gobierno en el Poder Judicial, se pretende culpar a quienes registraron el hecho a través de una grabación, escamoteando una explicación sobre el fondo del asunto.

A tal punto hemos llegado que ya no se concibe la discrepancia sin enemistad, el que no piensa como nosotros pasa a ser, de facto, nuestro enemigo. El viejo dicho "o conmigo o contra mí" parece haberse encarnado en nuestra vida pública.

Hace poco leí la frase: "Cuando eres adolescente son siempre otros los culpables". Es inevitable, en estos tiempos llenos de acusaciones y descalificaciones de todos contra todos, pensar en el Retrato de un país adolescente, la notable semblanza que hiciera de nuestra patria Luis Alberto Sánchez en 1958.

Años después, en la exaltación del primer gobierno aprista, el viejo maestro se animó a escribir un colofón Flash de un país a punto de dejar de ser adolescente. Se equivocaba.

No solo no estábamos en ese punto sino que parecemos haber regresado a la infancia, antes aún de aprender que el que se pica pierde. La esperanza de "una patria solícita a las exigencias del tiempo. Decidida si fuese preciso a sacrificar el pasado entero a las exigencias del porvenir" sigue siendo solo una esperanza.